Debemos comenzar señalando la importancia que tenía la apicultura a lo largo de la antigüedad y en la Edad Media, ya que la miel era una de las bases principales de la alimentación y el único endulzante que se conocía hasta que a finales del siglo XV se introdujo en Europa masivamente la caña de azúcar traída de América.

Además, de las colmenas se extraía la cera, materia prima esencial para la fabricación de las velas, que se utilizaban para la iluminación en los hogares de los ricos y en la Iglesia, y también el sebo para alumbrar las casas del pueblo llano.

La apicultura se desarrolló como una actividad complementaria para rentabilizar zonas rurales de escasa productividad agrícola y con gran vacío demográfico, como nos señala la profesora Mª Antonia Carmona; aunque la miel y la cera se convirtieron en el segundo producto de exportación castellana, lo que motivó que surgieran normas que la preservaran procurando un correcto desarrollo.

Para la actividad colmenera eran necesario zonas baldías, espacios no sembrados con floración abundante y agua para el alimento de las abejas. Por eso se desarrolló en zonas de monte, de difícil acceso y de escaso valor agrícola. En los siglos XIII y XIV aumentó notablemente el número de colmenas. Se necesitaban zonas con abundancia de plantas con flores, siendo muy apreciadas la jara, el tomillo, el romero, la salvia, la retama, etc. Para fabricar las colmenas se utilizaba desde un tronco hueco de un árbol, hasta las realizadas en corcho, mimbre, barro, etc. Tenían dos pequeñas piqueras en alto para evitar que entraran los animales y pudieran destrozarlas, se colocaban sobre pedestales de madera, en lugares donde no hubiera ganado cerca y junto a zonas con agua.

Eran normales las disputas entre los ganaderos y los colmeneros, reprochándose unos a otros que las abejas atacaban a los ganados y que éstos destrozaban las colmenas, por lo que en el Medievo se dictaron muchas normas señalando las distancias entre las diversas explotaciones. «Las colmenas, siguiendo a Floriano Cumbreño, eran una de las riquezas más copiosas del campo cacerense y a la que siempre se le prestaron mucha atención y solícitos cuidados».

En el fuero de Alfonso IX ya aparecen disposiciones que regulan su explotación pero es a partir del siglo XIII cuando la apicultura adquiere gran importancia y disponemos de adiciones forales que nos facilitan una mayor información. Un colmenar se llamaba corral, maiada o asiento de colmenas y el vecino que lo estableciera adquiría la propiedad del terreno. Había también una aparcería de colmenas, juntándose varios propietarios de colmenas en un solo corral y se obligaban a cuidarlos por turnos. El dueño de un colmenar estaba exento de impuestos, se le llamaba colmenero a fuero, y si tenía un mínimo de sesenta enjambres podía gozar de esta situación. Si los enjambres salen de un corral, se marchan a otros y regresan trayéndose más abejas, era propiedad a medias de los colmeneros de ambos corrales. En el mercado de Cáceres se vendían la miel y la cera, siendo muy apreciadas, y también podían exportarse con la única limitación de que estaba prohibido llevarlas y comerciarlas en las tierras de los moros.