Aunque las pasadas ferias no pasarán a la historia por la afluencia de público, hay gente pa tó , como decía el torero. Los derrochadores comienzan por los mediodías que, desaparecidos los pijos, con caballos y faralaes incluidos, se han democratizado. Algunos no tienen bastante con aguantar a su colega de trabajo durante toda la semana y se citan para comer en la feria. En realidad se pasan el rato hablando del jefe, del trabajo y de la escasez del sueldo. De comer, poco y mal. Una cosa parecida, por el color mayormente, a una paella y unas rodajitas de madera rebozadas que hacen pasar por calamares. Otras veces te ponen la madera sin rebozar, pero con pimienta y te piensas que es pulpo a la gallega. Como la inconsciencia va en aumento salen como almas en pena hacia la plaza de toros para presenciar una corrida. Y encima de toros, cuando en estos menesteres se debe ser como Juan Palomo. Porque las únicas corridas que deben interesarle a uno son las que protagoniza él. Y mientras mueren los toros durante la corrida, que ya es decir, la parentela gasta que te gasta en los cacharritos . El despilfarro continúa por la noche. Cubatas, una carrera de camellos, tomar algo del color del chocolate y churros. Los hay mucho más ahorrativos. Para empezar comen en las casetas de productos extremeños. Tapitas de chorizo, jamón y lomo. Quesos variados, un dulce y hasta café. Y gratis todo. Presencian la actuación de los grupos folklóricos. También gratis. Ven la corrida en el Plus de su cuñado. Gratis, con cubata incluido. Los niños montan en los juegos de su barriada, ven a Gorgorito y a los gigantes, que, mira por donde, es gratis. Y por la noche, paseo va, paseo viene. Entrar y salir de todas las casetas. Y a veces se llevan el Pralín y el churro de casa.