Hace unos días, mientras esperaba en la parada al autobús urbano, observaba cómo un niño pequeño pataleaba y protestaba insistentemente a su madre porque no quería salir de casa y montar en el coche para ir donde tuvieran que ir. Imagino que el niño estaría muy a gusto jugando en casa a lo que fuese o viendo la tele, pero seguramente sería mucho mejor y necesario lo que la madre, más sabia, por supuesto, le obligaba a hacer.

Inglaterra ha votado sí a abandonar Europa. Parece ser que la may oría de los partidarios del irse eran mayores, que añoraban tiempos y glorias pasadas, y aquellos con baja formación, que no ven en la Unión oportunidades para su futuro. A ellos se unían los que, los hay en todas partes, piensan que los inmigrantes sólo vienen a quitarnos el trabajo y aprovecharse del sistema de seguridad social.

Argumentos como: "nos están robando y no nos dan lo que es nuestro" y un pensamiento encubierto de que "nosotros somos mejores y superiores" son razones que esgrime alguna región europea para querer independizarse. Otros aprovechan el calentón irracional del "cabreado" para subir en política como la espuma y, aunque temporalmente, se presentasen como moderados socialdemócratas, no dejan de creer que, como el niño que patalea y rompe lo que pilla, el insulto, la provocación y el allanamiento libertino, son manifestación de su libertad expresiva.

El egoísmo, el rechazo y la irracionalidad son, en mi humilde opinión, expresión de nuestra falta de madurez. Ese niño que patalea sin pensar sigue aún dentro de nosotros. En muchas ocasiones nuestras actuaciones se rigen más por un sentimiento visceral que por la razón, más por el impulso del me gusta que por el estudio sopesado de nuestras múltiples posibilidades de futuro en común, en tolerancia y en hermandad.

¡Feliz verano post-electoral!