Llegó a Cáceres hace 15 años y ha estado 10 al frente de La Traviata, uno de los cafés con más historia de la calle Pizarro. Ahora, a los 45 años, acaba de abrir su tercera tienda de antigüedades en la plaza del Conde de Canilleros, después de las que ha tenido en las calles Peñas y Sergio Sánchez.

¿Ser anticuario es toda una aventura hoy en día?

-- Sí, porque es algo minoritario. Hay muy poca gente a la que le gusten las antigüedades.

¿Qué vienen a buscar los clientes a su tienda?

-- Cosas de nuestra tierra como muebles, escaños, mesas tocineras y alacenas.

¿Comprar antigüedades es una cuestión de ricos?

-- No, creo que es un tópico. Tengo cosas muy asequibles y para todo el mundo.

¿Quién le vende las piezas a un anticuario?

-- La gente, aunque hay mayoristas que se dedican a recoger objetos en zonas rurales.

Estar en la parte antigua, ¿se convierte en una ventaja o en un inconveniente?

-- Es una ventaja por el sitio, pero los coches no pueden llegar hasta la puerta de la tienda.

¿Ha conocido a mucho maniático en su negocio?

-- Hay gente muy rara a la que le gustan las antigüedades.