El alcalde de Plasencia está muy enfadado porque no será el candidato del PP al ayuntamiento. A Díaz no se le ha ocurrido nada mejor que descalificar la estrategia de su partido con la acusación de que Plasencia no puede estar gobernada por Cáceres. Si en la ciudad feliz sucediera algo parecido, esa estrategia no valdría. En Cáceres mandan los zamoranos, los placentinos, los veratos, los manchegos y no pasa nada.

En realidad, en la ciudad feliz , los únicos cacereños con mando en plaza son Saponi, el alcalde, y Bermejo, el presidente del Cáceres CB. Los demás cabecillas, mandamases, jefes, amos, prebostes, líderes y aspirantes a principales son de aquí y de allá, pero no de Cáceres.

En la ciudad feliz , lo que se lleva últimamente es ser de Zamora. Allí nació Carmen Heras, la candidata socialista a la alcaldía. De allí es el presidente de la más prestigiosa peña flamenca de la ciudad, y alto ejecutivo del PSOE local, Federico Vázquez. Natural de Cozcurrita, misterioso pueblecito zamorano, es el flamante subdelegado del Gobierno, José Diego. Y Manuel Villar, presidente regional de Cruz Roja, vino al mundo en Melgar de Tera (también de Zamora).

DE CIUDAD REAL

Sin salir de Castilla, tenemos al salmantino Félix Campo, que rige los destinos del CP Cacereño, y al leonés Ricardo Beltrán, comisario jefe de la ciudad. Podemos saltar a la otra Castilla, la manchega, para encontrarnos con los orígenes de Jesús Medina, presidente de Caja Extremadura y oriundo de Ciudad Real.

Y si Díaz protesta porque dice que en Plasencia manda Cáceres, en la ciudad feliz habría que tomar las calles porque aquí sí que manda Plasencia y su zona de influencia. El obispo, Ciriaco Benavente, es de Malpartida de Plasencia, el responsable del Gran Teatro, Isidro Timón, y el presidente de la Diputación, Antonio Caperote, son de Villanueva de la Vera y el presidente de la Cámara de Comercio, José Jarones, es placentino de pro.

A pesar de estar mandados por forasteros asimilados, lo cierto es que la ciudad feliz , en un rasgo de cosmopolitismo, madurez y falta de complejos muy raro en las capitales pequeñas, no protesta ni se preocupa. ¿Que mandan foráneos? ¡Qué más da, mientras manden bien! En Cáceres está muy asumido que mandar no da la felicidad. Aunque eso sí, la ciudad absorbe a quienes llegan y gobiernan, los modula a su antojo y los convierte enseguida en ciudadanos felices y conformes que no den mucho la lata.

Decía Bermejo, presidente del Cáceres CB, que los cacereños hablan mucho en los bares, pero luego no se mojan. Y acierta. Los habitantes de la ciudad feliz no pierden la cabeza por un cargo ni pelean a sangre por el poder. Unos, porque la felicidad conformista no es un buen acicate para la guerra política. Otros, porque esa misma felicidad complaciente convierte a los cacereños en seres demasiado cándidos e ingenuos que son apartados de la disputa por forasteros más resueltos y ambiciosos. En realidad, Cáceres no manda en Plasencia ni en ningún otro lado.