THtace apenas unos días arrancaba en Sao Paulo (Brasil) la vigésima edición de la Copa del Mundo de Fútbol. La sede elegida para este mundial se engalanaba para celebrar este acontecimiento que durante un mes y un día conmoverá a todo el planeta.

Desde la organización han trabajado muy duro y sin descanso con el propósito de proyectar de cara a la galería su mejor aspecto y para que el turismo encuentre grata su visita durante el transcurso del torneo. Para ello han ejecutado un plan de limpieza, denominado higienización social, que ha consistido en limpiar 'la pobreza' de las calles más próximas a las zonas turísticas del país y de los estadios de fútbol.

Detrás de este escenario menos sugestivo, el balón sigue rodando, atrapando la mirada de millones de fieles desde la pequeña pantalla, relegando a un segundo plano todas sus dificultades y problemas acontecidos en su día a día.

Un tiempo de respiro y de quietud para aquellos que nos gobiernan, que aprovechan esa densa cortina de humo para postergar los asuntos sin resolver que se amontonan sin efecto encima de sus mesas.

Alguien dijo que el fútbol se ha convertido en el opio del pueblo. Yo creo que no es más que una panacea que nos convierte en ciudadanos aletargados cuya única inquietud es alcanzar la victoria. ¿Será esta la única esperanza que nos mantiene despiertos? Treinta y un días para soñar con llegar a lo más alto y laurear nuestra bandera, todo un sentimiento inevitable de patriotismo al que todos se suman.

XEL RELOJx seguirá latiendo y el planeta no cesará en su giro. Cuando el 13 de julio se clausure el mundial todo seguirá estando igual que antes, los pobres igual de pobres y los ricos igual de poderosos. Algunos sumarán a sus frustraciones los sinsabores del fútbol, otros en cambio saborearán las mieles del triunfo, restando importancia a sus conflictos cotidianos. En fin, allá cada uno con su humo.