Llega el verano a la plaza Mayor de Cáceres y con el frescor matinal de los domingos los portales se llenan de vida. Sucede así desde siempre, desde que en 1449 los judíos Haim, Abraham, Samuel y Alvelia abrieron las primeras tiendas de este ágora cacereña donde la ciudad feliz se resume en un ciego, en un mendigo, en un carrillo, en un cromo, en don Emilio.

Don Emilio El Pato es la referencia, la tradición, el patriarca... Mientras don Emilio esté el domingo por la mañana sentado en un velador, tomando el fresco y leyendo la prensa local, es que todo está, es que Cáceres está. "Buenos días don Emilio", saluda un parroquiano que desde hace mil domingos recorre los soportales de buena mañana. Y don Emilio saluda, pero no con ese venga moderno que nadie sabe qué demonios significa. Don Emilio es a la ciudad feliz lo que don Hilarión a la zarzuela: la esencia del casticismo, y despide como debe ser. O sea: "Vaya usted con Dios".

PASA UNA RUBIA

Plaza Mayor de Cáceres a la sombra. Pasa una rubia ajustada y los ojos sabios de la concurrencia la contemplan con unción. Pasa una niña de comunión con arrebol de rosas rojas en el pelo y hay un brillo emocionado en estos hombres sólidos que recuerdan y sienten, aunque no lo confiesen.

Recuerdos de la plaza... Cuando era la del mercado, cuando se celebraba en ella la feria y se instalaban las casetas en su centro, cuando la bandeja era un señor parque con quioscos de bebidas de las Jardinas y de Luis Montalbán. La hojalatería de Cuquile, que dejó sitio a la imprenta Minerva. La peluquería de Jardín, el Círculo de Artesanos, el café Aragonés, el hotel Europa, la tienda de chocolates de Calvelo y la zapatería El Badajocense.

La plaza Mayor fue antes la plaza Pública, la de la Feria, la de la Constitución, la de la Villa, la del General Mola... Pero ni el nombre ni la fisonomía importan. Lo que cuenta es esta felicidad del domingo por la mañana. El ciego que pasa, grita, jalea, huele a la muchacha de rojo y la piropea imaginándola. Las conversaciones de fútbol porque aquí, a estas horas, lo del baloncesto es un tema que no pega, que no va, que no se entiende, que no ahonda en las raíces, en lo castizo.

Felicidad de la ciudad magnífica con el sol deslumbrando sobre la torre de la Yerba, a cuyo amparo pelean los guías turísticos por explicar las esencias de Cáceres frente a la competencia iletrada del tren chuchú.

Plaza Mayor de recuerdos de DKW llegando al bar La Parada desde Zorita y Ceclavín, de cromos en lo que fue una bandeja señorial. ¡Cuántas obras ha conocido la plaza y qué poco ha variado su esencia! En 1626 ya enlosaron sus portales. En 1842 ya colocaron una bandeja central. En 1931, quitaron la bandeja; en 1937, modernizaron la bandeja con palmeras, jardín, empedrado artístico, farolas... En 1969, fuera otra vez la bandeja. Ahora, la bandejina ... ¡Qué más da!

Los munícipes cacereños no parecen haber entendido nunca el alma de la plaza. La reforman, la redecoran, la desnudan, la visten, pero no la entienden. Para comprenderla y sentir la felicidad de esta ciudad en toda su pureza hay que bajarse a los soportales un domingo de junio, a las nueve, y lustrarse los zapatos en el taburete claveteado del limpia , y comprar unas monedas al numismático, y hacerse con un polo de limón con pipo en la de Isa, y comprar un pitillo de LM en un carrillo, y saludar a don Emilio... "Vaya usted con Dios".