Desde los terribles atentados de Madrid, todo el mundo estaba sorprendido de que España se estuviera librando de ser golpeada de nuevo por esta lacra terrible. Visto lo visto, las autoridades políticas han intentando prevenir lo que es imprevisible. Declaran niveles de alerta antiterrorista, los grupos especializados redoblan sus esfuerzos, se dedica más personal, tiempo y dinero en todo lo que signifique previsión, ha aumentado la colaboración a nivel internacional y todo eso está muy bien.

A mediados de agosto, esa ausencia de atentados se rompió con lo ocurrido en las Ramblas, junto a la fuente de Canaletas. Dieciséis víctimas inocentes, INOCENTES, dejaron su vida en los paseos de Barcelona y Cambrils cuando estaban disfrutando sus vacaciones. La buena gente se pregunta ¿por qué?, y se les amontonan esos interrogantes, con algunas respuestas, pero no con todas.

Dejamos de lado esas actitudes miserables que intentan aprovecharse del suceso para obtener beneficios propios. No vamos por ahí. Sabemos quiénes son los culpables. Pero hay algo que no encaja.

Raquel Rull educadora social de Ripoll, totalmente desconcertada exclamaba «¿Cómo puede ser?...» Me tiemblan las manos, no he visto a nadie tan responsable como tú (refiriéndose a uno de los jóvenes de la célula terrorista que habían asistido a sus clases). ¿Qué ha pasado en la mente de estos muchachos plenamente integrados en apariencia en este pueblo catalán para hacer lo que hicieron, y lo que es peor, estaban dispuestos a hacer y no pudieron?

El ‘no tenemos miedo’ de la reacción popular, supone un deseo de no dejar que nos metan el miedo en el cuerpo los que utilizan el terror, pero tiene que suponer también un compromiso individual, cuando los ecos de la tragedia se vayan apagando. Aunque se intente recuperar la normalidad, no podemos seguir como si nada hubiera pasado, porque sí ha pasado.

Es verdad que corresponde al Estado de Derecho hacer todo lo que está en su mano pero nos corresponde a todos seguir viviendo valores como el respeto al otro, la búsqueda de la paz, la acogida, la concordia y desterrar cualquier signo de intolerancia, que conduce al odio y a la marginación, o sea, a todo lo contrario que pretendemos.

Para los creyentes católicos, la cosa es clara, todos esos valores son claramente evangélicos, solo basta echar una mirada a los escritos donde aparece la buena noticia del nazareno.