Leo en este mismo periódico del día 22 de diciembre de 2008 que en la cárcel vieja, situada en el barrio de Pinilla, se llevó a cabo un homenaje, simbolizado en la figura de quien fuera alcalde de Cáceres en tiempos de la II República, don Antonio Canales , a quienes fueron fusilados por motivos de la guerra civil. Y a continuación se dice que la cárcel vieja está ya prácticamente vacía, y que su futuro es incierto. Añadamos que su estado es ruinoso, que los tejados están hundidos, y que todo el edificio anuncia ya el derrumbe. Y digamos también que el edificio está situado en uno de los barrios más tradicionales y antiguos de la ciudad. Un barrio al que el ayuntamiento actual le regatea, aparte de otras cosas, una miserable bombilla por Navidad. Como si sus vecinos no pagaran impuestos.

Imagino que si la cárcel vieja estuviera en otro sitio, ya se le hubiera buscado un destino, y su futuro no sería tan incierto. Hay quienes no se han dado cuenta todavía de que la calle, hoy más carretera que otra cosa, llamada Héroes de Baler, es una vía de transición entre el centro de la ciudad (plaza Mayor, Parte Antigua, calle de Pintores) y esos otros barrios que crecen (a pesar de la crisis) y que, ya sin remedio, convertirán a Cáceres en otra ciudad, no sé si más moderna, pero es evidente que de otras dimensiones. Gran parte del tráfico que va desde las nuevas urbanizaciones de Mejostilla y Montesol hasta el centro de la ciudad pasa por esta calle, y, quieran algunos o no, se está convirtiendo ya en una de las vías más importantes de la ciudad. Faltan en la zona las infraestructuras precisas que van más allá de los ya instalados centros de alimentación, como son bancos, oficinas de correos, centros de salud, colegios, institutos, que tendrán que ir llegando, acaso más por pura lógica que por voluntad política.

Una ciudad que pretende ser capital cultural en el 2016 debe primero solucionar algunas cosas. Y lo primero de todo es crecer, y saber hacerlo. Y a las autoridades políticas les corresponde esa función maternal, dotarla de los recursos necesarios que la conviertan en una ciudad moderna. Cáceres hasta ahora ha sido, y sigue siendo, una ciudad dormida. Necesita despertarse ya del letargo de la larga siesta y desperezarse, estirar sus brazos, como lo hizo la Vetusta que magistralmente retrató Clarín , antes de convertirse en la ciudad moderna que hoy es Oviedo. Por poner un ejemplo literario. Y esos brazos que señalan otros límites en su desperezo de siglos son los nuevos barrios que surgen como una necesidad, la necesaria transformación de una ciudad provinciana y mustia, limitada por la obtusa frontera: Paseo de Cánovas, calle de Pintores, plaza de Santa María, un recorrido que nos identifica con la tradición y la espiritualidad, pero también con el inmovilismo.

Comenzaba el artículo refiriéndome al futuro incierto de la cárcel vieja, y quisiera cerrarlo con una propuesta que, en cierto modo, ya se desprende de lo que he dicho. Qué mejor homenaje para las víctimas de la barbarie que hacer que lo que fue un centro de crueldad se convierta en uno de cultura. Un lugar para exposiciones, conferencias, actividades culturales, más allá del pan y circo al que nos tienen acostumbrados en las funciones musicales de la plaza. Un centro moderno, como el que se hizo en Badajoz, al transformar la cárcel vieja en el actual MEIAC. Cáceres ganaría con ello, y de paso se estiraría, como hacen las ciudades que pretenden significar algo en el siglo XXI, despertando de una vez de esa posición fetal de siglos. Y con ello se conseguiría la feliz transición, la unión de lo viejo y de lo nuevo, representado en un moderno centro de cultura que derrote de una vez por todas al recuerdo de la barbarie.

No se puede decir que falten ideas para ese futuro incierto de la cárcel vieja. Estoy convencido de que habrá otras. Pero me temo que falte lo de siempre: la volunta política.