El domingo comenzaba con la misa del "isti". Después, al Rodeo para jugar el partido. Porque los domingos había liga, bien organizada por Acción Católica bien por Antonio, un albañil al que llamábamos Escartín más por su afición al fútbol que por sus conocimientos. Tras el partido era necesario buscar una fuente, pues la mayoría jugábamos con los zapatos de domingos.

A las tres y media, con el postre en la boca, a la calle. Si no había partido del Cacereño, que tenía todas las preferencias, al cine. Unas veces al Norba y otras a los frailes de San Antonio. Salías, comprabas dos reales de pipas y a ver los resultados al bar Trella, junto a Correos. Luego a pasear. Ibas en pandilla y de repente ¡un vistazo!. O sea, que te habías cruzado con ella, que naturalmente también iba en pandilla. ¡Eso sí que era suerte! Y cómo se te ponía el cuerpo. Otras veces tú no la veías pero algún amigo sí. Luego, no sé cómo, tu pandilla y la de ella juntas, aunque no revueltas claro. A pasear de diez en fondo. O seis delante y cuatro detrás. Y así muchos meses hasta que podíais salir solos. Otro montón de meses y ya le podías coger la mano. Con mucha cara le echabas el brazo al hombro. Indicaba la proximidad de la boda, que era el fin natural del vistazo.