En el contiguo convento de Santa María de Jesús, Alonso Golfín situó los enterramientos de su familia. Sobre ellos hizo labrar una inscripción fabulosa: Aquí esperan los Golfines el día del Juicio , y se quedó tan ancho. Desafío a Dios mismo por parte de una nobleza orgullosa y muchas veces arrogante, como si ellos no fueran a ir al Valle de Josafat en el último día a ser juzgados y fuese Dios mismo a venir a juzgarlos a la plaza de Santa María. Así eran esos nobles poderosos que se atrevían a desafiar la eternidad. Una vez desamortizado el convento, sus descendientes trasladaron los sepulcros al interior del palacio.

Pocas visiones hay en Cáceres más hermosas que la de esta fachada, con un interesante juego de volúmenes, cuyos labrados caen por la misma como si se tratara de un hermoso tapiz. El alfiz baila sinuoso y rodea las ventanas y elementos decorativos, el escudo de los Reyes Católicos, los blasones de Golfín y Alvarez. La torre del homenaje presenta dos tondos similares a los que vimos en el palacio de Canilleros, que bien podrían ser los propietarios, un precioso escudo de Golfín con sus lises y torres, timbrado con yelmo y cimera en forma de mano armada, con lambrequines, sobre una inscripción, envuelta en guirnaldas que dice: ésta es la casa de los Golfines , para que no quepa duda.

Y el clípeo, ese clípeo con mote misterioso fer de fer . Sin olvidarnos de la poderosa y antigua torre esquinada, desmochada irremediablemente, con su tejadillo y su desafiante matacán. El autor de todo ello es Alonso de Torralba que realizó la obra en el año 1534, aunque la cornisa de grifos se añadió ya mediado el siglo XVI.

Ríos de tinta han corrido sobre el origen de los Golfines y se han escrito historias a cual más disparatadas. Las primeras noticias que tenemos del linaje en Cáceres se remontan al siglo XIV y son de Alfón Pérez Golfín. Los Golfín fueron señores de Torre Arias y más tarde condes de la misma denominación, tras la concesión del título por parte de Carlos III a María Teresa Colón de Larreátegui, mujer de Pedro Matías Golfín. Alfonso XIII concedió la Grandeza de España. Sus descendientes, los Pérez de Guzmán el Bueno, actuales Condes, siguen siendo los propietarios del edificio.

La reina

Indudablemente el episodio más conocido del palacio es la estancia en él de Isabel la Católica en 1477 y 1479, esta última con el Rey Católico, alojados por Alonso Golfín, defensor a ultranza de la causa de doña Isabel, y su mujer, la trujillana Mencía de Tapia, hermana de Diego García de Paredes, el Hércules y Sansón de Extremadura, en palabras del genio de Cervantes. Hijo de este matrimonio sería Sancho de Paredes Golfín, regidor de Cáceres y luego camarero de Isabel la Católica. Estuvo presente en todos los actos de la Reina Católica, incluido su histórico testamento y su muerte, tras la cual pasó a ser camarero del infante Don Fernando, más tarde rey de Hungría y emperador. En 1517, el cardenal Cisneros lo relevó --por su edad-- del cargo y se retiró a Cáceres donde reformó profundamente su casa dejando la fachada como la conocemos.

Las dimensiones del palacio son espectaculares, aúna antiguas construcciones que se integraron en el edificio principal, el cual sufrió otra profunda reforma --especialmente en su fachada lateral-- en siglos posteriores. Precisamente en la fachada lateral y descendiendo por la Cuesta del Marqués, veremos los restos del solar de los Figueroa, su portada y escudos borrados, muy cercano al Arco del Cristo. El patio principal está ricamente blasonado y en él se encuentran, como dije, los sepulcros de la familia que se trasladaron aquí en 1870 tras la demolición de la capilla del Convento de Jesús. No quiso el destino que esperaran allí el día del Juicio.

La verdadera joya del palacio es una antigua sala, y que, probablemente, se remonta al siglo XV, conocida como la sala de los linajes. Es estrecha y larga, de considerable altura, con un hermoso artesonado y la inscripción sobre su fundador, Sancho de Paredes Golfín, y en la parte superior se despliegan los blasones (excesivamente repintados) de las alianzas de los Golfines en un verdadero programa iconográfico: Tapia, Alvarez, Mogollón, Durán, Bejarano, Sánchez, Saavedra... la heráldica pierde su carácter identificativo y se convierte en un elemento de prestigio y exposición de poder y nobleza. La endogamia fue uno de los sellos distintivos de la nobleza desde su asentamiento en Cáceres y ello se plasma especialmente en los escudos.

Abandonamos Santa María, y nos detenemos un segundo. Seguimos contemplando la fachada de Golfines, las que un día se llamaron Casas del Camarero y tenemos la tentación de echar la vista atrás. Pensándolo mejor no lo hacemos y continuamos adelante, sin mirar a nuestra espalda, por miedo a convertirnos en estatua de sal. Continuamos nuestro paseo por la eternidad y comienza nuestro ascenso.