Ya se sabe que Cáceres es diferente a todas las demás ciudades. En cualquier parte del mundo desciende el número de estudiantes y echan mano de las estadísticas para comprobar si hay menos natalidad. Aquí no. Aquí se echa mano de las posibilidades de hacer botellón y del número de bares abiertos hasta el amanecer. Y es que la universidad ha cambiado mucho.

Salamanca alcanzó su fama debido a la calidad de su profesorado. Ello condujo a muchos estudiantes de todas partes de España y del extranjero a las orillas del Tormes.

Puesto que los estudiantes no sólo estudian se originó un gran ambiente lúdico. La calleja llegó a su apogeo, los cines de la ciudad se colmaban y proliferaron los bailes, incluidos los que organizaban las facultades. Y qué decir de los paseos circulares por la maravillosa plaza Mayor.

Si alguna asignatura se atragantaba, bien porque no se hacía el esfuerzo necesario bien porque siempre había un profesor hueso, se buscaba una facultad en la que concluir los estudios.

Al parecer ahora los estudiantes seleccionan su facultad en función del cachondeo que les promete la ciudad y poco importa la calidad de la enseñanza.

Tan es así que el concejal de Izquierda Unida (¡Madre mía, la izquierda izquierda!) en el Ayuntamiento de Cáceres se queja porque las restricciones al ocio nocturno, originadas por los excesos, llevan consigo el descenso del número de universitarios en la ciudad.

¿Y de la calidad de los estudios qué dice? Nada. Eso no importa ahora porque lo más importante es que les aseguren diversión pues al parecer la formación vendrá por añadidura.

De manera que ya no es necesario seleccionar al profesorado universitario ni organizar una amplia oferta de actos culturales. Más bares es lo que hace falta. Para lo que sirve un título...