Cáceres ha sido desde antiguo el paraíso del señorito, la reserva del triunfador de moda, el pulmón de piedras viejas y encinas centenarias donde el potentado madrileño se relajaba tras el esfuerzo semanal y tomaba nuevos aires para seguir escalando y especulando en la Corte.

Las órdenes militares no trajeron campesinos libres que repoblaran, sino esclavos moros. La Mesta aportó sus devastadores rebaños trashumantes que mantuvieron la despoblación y el latifundio. Y la desamortización dejó las fincas en manos de las grandes fortunas.

Cuando las clases medias no viajaban ni gozaban de una posición desahogada, era la aristocracia y la alta burguesía quien protagonizaba las excursiones de fin de semana a sus fincas y palacios cacereños. En Cáceres, por aquel entonces, no había hoteles, sino pensiones y fondas de poca importancia.

Los primeros hoteles

Fue en los años 20 cuando abrieron los primeros hoteles de la ciudad feliz : el Nieto en Pintores, el Europa en la plaza Mayor y el Alvarez en Moret, por donde pasarían Manolete, Millán Astray o Lola Flores, que trajo la revolución hotelera con su ascensor, su calefacción central y sus grifos manando agua caliente. En 1935 se inauguraba el hotel Jámec en Pintores con 17 habitaciones que hospedarían a José Antonio Primo de Rivera, Torcuato Fernández Miranda o al mismísimo Ortega y Gasset. Eran hoteles de viajantes y toreros, de viajeros de paso y pocos turistas.

En 1948, este periódico recogía el preocupante dato de que en Cáceres sólo había 75 plazas hoteleras y abogaba por la apertura de establecimientos de categoría. Llegarían entonces el hotel Extremadura y, en 1966, el Alcántara.

Hubo que esperar a la eclosión de las clases medias para que Cáceres conociera un desarrollo hotelero inconcebible: en los años 90, seis hoteles de cuatro estrellas se instalaban en la ciudad feliz . Parecía que con ellos quedaba satisfecha la demanda turística, pero no era así.

Comenzaba el siglo XXI y se ponían de moda los fines de semana de cultura y naturaleza, triunfaba una nueva clase social viajera definida como BoBos (bohemios burgueses) y LiLis (libertarios liberales) y la ciudad feliz volvía a ser el paraíso relajante de los nuevos triunfadores.

A ello hay que unir la inminente conexión de Cáceres por autovía con el resto del mundo. Como confesaba en febrero del 2003 el reputado hostelero Antonio Alvarez a EL PERIODICO, las agencias turísticas de viajes organizados habían eliminado Cáceres de sus circuitos tradicionales Norte-Fátima-Andalucía por culpa del estado de la N-630.

Siete nuevos proyectos

El panorama ha llenado de optimismo a los inversores y la ciudad feliz conoce siete proyectos de hoteles de cuatro y cinco estrellas en la calle Parras, en Margallo, en el centro de ocio del antiguo matadero, en la plaza Mayor, en la finca El Trasquilón, en Los Arenales (que podría ser de cinco estrellas si se solucionan los problemas para regar el campo de golf) y el hotel Atrio en San Mateo, de la cadena Relais & Chateaux .

Con esta lluvia de estrellas, la ciudad feliz se convertiría en la octava ciudad de España por el número de hoteles de lujo: 13. Sólo superada por Madrid (93), Barcelona (74), Sevilla (31), Valencia (22), Granada y Palma (19) y Salamanca (16) y por delante de Bilbao, Córdoba y Valladolid (11) o San Sebastián (10).

Cáceres vuelve a ser el paraíso del señorito pudiente: se cierra el cámping, los hoteles de tres estrellas no arrancan (estación de autobuses) o no los dejan arrancar (Alvarez), pero tendremos el índice de hoteles de lujo por habitante mayor de España. Sólo un pero: si el mochilero de hoy es el turista de lujo de mañana, ¿qué futuro nos espera?