El origen de la Virgen de la Montaña hay que buscarlo en Francisco Paniagua, un hombre humilde, natural de Casas de Millán, que recorría la comarca con una pequeña imagen de la Virgen, implorando limosna para elevarle una capilla. Fue Paniagua quien se esforzó en fomentar la devoción por esta talla, y se instaló en una cabaña en la Sierra de la Mosca, justo en el lugar donde hoy se eleva el santuario de la Montaña.

Desde entonces la devoción de Cáceres por su patrona alcanza límites inimaginables. Miles de personas la reciben cada año en Fuente Concejo a su llegada a la ciudad y otras tantas la visitan en la concatedral de Santa María durante los días del novenario.

Sólo quien es testigo de esta manifestación popular puede darse cuenta de que, en Cáceres, la Montaña es intocable y que la devoción es tan grande que puede vencer cualquier imprevisto, hasta el de una medalla.