A las diez de la mañana, el trasiego en Santiago era ya evidente. "Mira hija, yo vengo desde que era moza y entonces las colas llegaban a la plaza Mayor. Mientras Dios me dé fuerzas, no faltaré", comentaba María Villa junto al altar. Como ella, unos 9.000 ciudadanos se acercaron ayer hasta la iglesia para cumplir con un rito iniciado en 1935, el besapié a Jesús Nazareno, que hoy se mantiene como uno de los actos más concurridos no solo de la Semana Santa, sino de la agenda religiosa cacereña, debido a la profunda devoción que despierta esta imagen.

Santiago era ayer una amalgama de gentes, de sentimientos. En el primer banco compartían espacio una anciana con las cuentas del rosario en sus manos, un joven motero con el casco y la chupa en las suyas, y un oficinista de corbata que aprovechaba la hora del café. A partir de media tarde las colas se extendían más allá de la puerta principal y no faltaban colegios, padres con hijos recién nacidos, ancianos impedidos acompañados por familiares y personas discapacitadas para las que se habilitó una rampa especial. Treinta cofrades con indumentaria nazarena se turnaron ante la imagen. "Lo que vemos desde aquí nos emociona continuamente. La gente viene con verdadera fe y confianza, solo Dios sabe lo que esta imagen significa para cada cual", relataron.

El Nazareno, tallado en 1609 por Tomás de la Huerta con un realismo que sobrecoge, llevaba su mejor túnica en terciopelo morado y oro (regalo del mayordomo Santos Floriano en los años 50) y ocupaba el centro del altar con una sencilla ornamentación floral a los lados. Composiciones de Bach y cantos gregorianos invitaban al recogimiento pese a la continua afluencia de personas, que no cesó desde las ocho de la mañana hasta medianoche.