Entrillar. Palabra que se emplea en Cáceres cuando alguien se pilla una parte de su cuerpo. Ejemplo: "Ayer me entrillé un dedo con la puerta". En el diccionario, la voz entrillar se recoge como verbo transitivo propio de Extremadura que también se usa como pronominal con el significado de coger, aprisionar oprimiendo. Sin embargo, su uso es puramente cacereño al igual que, por ejemplo, sólo en Badajoz se usa el término enrabarse con el significado de llegar tarde.

Erre. Término empleado en la ciudad feliz para referirse al barrio de moda, al residencial más chic de Cáceres, cuyo nombre real, R-66, es el de una parcela urbanística. El vocablo ya ha pasado a formar parte de expresiones populares. Así, cuando alguien se almibara demasiado, se le dice: "¡Qué fino te has vuelto!, ni que vivieras en el Erre". Y cuando la cuñada presume sin parar de su nueva casa en la Mejostilla, enseguida alguien comenta: "¡Joé!, ni que viviera en el Erre".

Lo que es el comedor

¿Lo qué?. Vulgarismo muy empleado por los cacereños, que en lugar de preguntar ¿qué? cuando no entienden o no oyen, prefieren decir ¿lo qué? En la ciudad feliz , si un amigo le pide dinero a otro, el interpelado pondrá cara de despistado y recurrirá al familiar solecismo: "¿Lo qué?". Este loqueísmo es mucho más antiguo y no tiene nada que ver con el moderno loqueísmo tan de moda: "Aquí lo que es el comedor, allí lo que es la cocina y al final del pasillo lo que es la alcoba"... "La besó en lo que es la boca".

¡Madre lo que sabe!. Exclamación familiar cacereña que se dirige siempre hacia algún niño para vanagloriarse de sus habilidades e insuflarle autoestima. En la ciudad feliz , si el bebé cierra el puñito para despedirse, si hace pucheritos porque la abuela le ha escondido un juguete, si hace palmitas, lanza besitos o simplemente sonríe, su destreza recibirá un refrendo familiar colectivo con ese: ¡Madre lo que sabe! que convierte al bebé en un proyecto de genio.

Mía. Posesivo que en la ciudad feliz suele emplearse tras un sustantivo de carácter afectivo con el que se pretende ensalzar a una persona, al tiempo que el mía pospuesto sería la señal inequívoca de un extemporáneo ansia de posesión que embarga a quien lo emplea. Así, en Cáceres se usan continuamente expresiones como éstas: alma mía, vida mía, reina mía, prenda mía y se suelen dirigir a personas que acabamos de conocer provocando la natural extrañeza en los forasteros, que bajan la ventanilla de su vehículo para preguntar una dirección y se encuentran con una cacereña que los apabulla: "A ver, prenda mía, tú sigues recto, luego giras a la derecha y allí es. No te pierdas, reina mía".

Mi niño. Vocativo cariñoso y familiar que se emplea en la ciudad feliz a todas horas y en todo lugar. En la pescadería: "Anda, ponme una merluza y me la preparas, mi niño". En el hospital: "Tranquila, le pongo una inyección que no le va a doler nada, mi niña". En radio taxi: "Tendrás el taxi a la puerta de tu casa en cinco minutos, mi niño". Esta expresión tan cacereña es el equivalente de los nen o nin catalanes, de los nené gallegos o los nini, sein y neska vascos. La diferencia es que en Cáceres la expresión niño va precedida por una partícula de posesión: mi niño.

No se lo digas a nadie. Expresión que se emplea en la ciudad feliz tras realizar una confidencia. En Cáceres, como en casi todos los sitios, quien tiene un secretito, tiene un tesoro que va regalando a amigos y conocidos. El hecho diferencial llega al acabar la narración, cuando el confidente avisa casi desesperado: "Pero por favor, no se lo digas a nadie, pero a nadie". Esta expresión no tiene otro fin que limpiar la conciencia del confesor de rumores, que sabe perfectamente que al instante, su interlocutor seguirá expandiendo el cotilleo y rematándolo con el inevitable no se lo digas a nadie.