Se ha publicado una estadística de las bodas celebradas en España que merece una meditación muy profunda pues pone de manifiesto la tendencia de nuestra sociedad producto de los cambios sociales que se están produciendo y obliga a preguntarse por las consecuencias. En 2016 se han celebrado 168.000 mil bodas, cincuenta mil menos que en 2010. Estos números exigen un ajuste debido a la disminución de la población núbil por el final del baby boom y otro no menor a causa de la crisis que impide a muchos jóvenes emanciparse y crear un hogar, pero no dejan de ser preocupantes.

En primer lugar debe contrastarse con el aumento de las uniones de hecho, lo cual revela por una parte la aversión a los formalismos y por otra la alergia al compromiso sobre todo a largo plazo que padecen muchos de nuestros jóvenes porque aumentan significativamente las personas que viven emparejadas pero cada cual en su casa. Estos comportamientos no solo son producto de la separación de la práctica del sexo de la procreación y de la liberalización de las costumbres sino de que este tipo de uniones no merecen reproche social, como sucedía no hace mucho, a la vez que pone en evidencia el individualismo que se ha instalado entre nosotros.

Los jóvenes colocan en primer lugar la realización de su proyecto personal y piensan que el matrimonio, el compromiso y no digamos los hijos lo ponen en peligro. Esta tendencia no es exclusiva de España pues en el norte de Europa se publican estadísticas con resultados aún más espectaculares y hemos sabido que aumentan las personas que mueren solas y aquellas de las que nadie reclama el cadáver.

Por otro lado, las bodas eclesiásticas han bajado drásticamente hasta representar en estos momentos el 22% de las que se celebran. Aquí solamente hay una explicación, que la secularización avanza a marcha forzada y ha arrumbado con el convencionalismo, la tradición y el qué dirán, motivos que en otros tiempos eran suficientes para ir al altar. Y todo esto dará lugar a otro tipo de sociedad.