"Domingo de Ramos. El que no estrena no tiene manos". Y estrenabas algo. Pero como los posibles no eran muchos te regalaban unos calcetines. Luego ibas a misa y te regalaban un ramito de olivo que debías llevar a casa, pues era preceptivo colocarlo en el balcón para que la casa no fuera pasto de las llamas.

¡Qué cosas! Acudías a presenciar la procesión de la burrina y veías capuchones con palmas artísticas. Estabas deseando que acabara la procesión pues tenías deberes más urgentes. Sacar de paseo al borreguito que te habían comprado. ¡Qué bonito estaba! Tu madre le había hecho unos madroños y un paño bordado para los costillares.

Te desplazabas al campo. El borreguito pastaba a su antojo mientras tú buscabas espigas de trigo. Caldera te hacía fotos, en blanco y negro, con él. Y tú montado en el caballo. Comprabas trébol para que al animal no le faltara alimento. Lo colgabas de un clavo y te sentabas a contemplarlo. Le dabas de comer en tu mano y te seguía sin necesidad de ataduras. Y así hasta el Domingo de Resurrección o la subida de la Virgen. Un criminal blandía un cuchillo y sesgaba el cuello de tu protegido. Y encima te lo ponían para comértelo. Tú no lo probabas, claro, porque tenías un nudo en la garganta y las lágrimas sólo te permitían hipar.