Hace unas fechas falleció don Severiano, probablemente el sacerdote más popular de la ciudad de Cáceres en los últimos años. Lo conocí siendo él párroco en la comarca de Las Hurdes y luego durante muchos años fuimos vecinos en la calle Doctor Fleming. He sido feligrés desde los tiempos de la capilla de las monjas y testigo privilegiado de sus afanes durante la construcción de la iglesia de san José.

Asistí a alguna reunión en la que junto al arquitecto y Pepe Bueno, coadjutor de la parroquia de san Juan, discutían cómo debía ser el futuro templo, desde la estructura y el reparto de espacios hasta el diseño de las vidrieras, siempre con la idea de seguir las directrices pastorales y litúrgicas emanadas del Concilio Vaticano II celebrado unas fechas antes, como quedó plasmado en las vidrieras que recorren el templo para hacer un resumen de ‘la historia de la salvación’. Desde el mismo momento en que tuvo la determinación de construir la nueva iglesia, don Severiano comenzó las visitas a toda clase de personas que pudieran hacer alguna aportación económica al proyecto. Una tarea en la que tuvo mucho éxito aunque no exenta de fracasos sonoros e incluso pequeños desencuentros.

Pero además puso en marcha un colegio, convertido más tarde en cooperativa, que educó a muchos cacereños. Fue un pionero en la organización de peregrinaciones y viajes culturales que preparaba con esmero, logrando precios asequibles que permitieron a muchas personas conocer un mundo al que no tenían acceso fácilmente.

Don Severiano era un hombre de verbo fácil, excesivo a veces, lo que le llevaba a prolongar indefinidamente sus homilías pues le costaba mucho ‘aterrizar’. En esta exuberancia verbal competía con otros célebres párrocos de la capital cacereña, lo que condujo a un amigo mío a componer unos ripios:

«Si quieres salvar tu alma/

como pete a un buen cristiano /

vete a misa a san José/

y escucha a don Severiano/

Y si quieres ir al cielo/

que es un asunto muy serio/

vete a Fátima corriendo/

y escucha a don Emeterio»