Cuando el presidente italiano Sandro Pertini visitó Cáceres junto a la reina Sofía se sorprendió con la entonces emergente colonia de cigüeñas. El biólogo Chema Corrales relata que llegó a la plaza de Santa María, elevó la mirada a la concatedral y al observar que un ejemplar movía las alas, no pudo ocultar su asombro. «Pensaba que era de decoración», exclamó. En el mismo escenario estuvo presente unos años más tarde el maestro Rostropóvich. El ruido característico de una cigüeña se abrió paso en pleno directo del violonchelista y al contrario de lo que pudieran esperar los espectadores, el músico aplaudió el acompañamiento a la armonía del concierto. Ambas son «muestras de que las cigüeñas pueden convivir con nosotros y aportan un valor al paisaje urbano», señala el investigador cacereño.

Durante décadas cualquiera que paseara por el recinto intramuros al menos se llevaba algún recuerdo del rico cielo de la ciudad. Bien podía avistar un nido, un vuelo raso o el leve ‘crotorar’ de algún ejemplar que se encontrara lo suficientemente cercano. La cigüeña formaba parte del entorno urbano como patrimonio vivo. Pero lo cierto es que la realidad ahora es otra. La colonia cacereña, que en algún momento fue una de las más extensas del país, registra la cifra más baja de su historia. Expertos como Corrales advierten del éxodo de la especie y aseveran que los datos reflejan cifras «incluso peores» a 1991, año en el que la especie sufrió uno de los picos más bajos. Para paliar esta situación, el ayuntamiento intervino y celebró un congreso para mejorar su presencia. De hecho, tras esa política de protección, la población de cigüeña aumentó. El último censo nacional de Seo/ Birdlife recoge que en 2004 la región registró 11.190 parejas reproductoras, 7.035 en la provincia. Ese año, Cáceres registró el mejor dato en la serie histórica y en los últimos cincuenta años. En 1948, había 2.713.

Una de las razones que condicionó su crecimiento fue la presencia de vertederos cercanos a la zona urbana, su principal fuente de alimento. De hecho, Corrales baraja como principal causa del descenso de la colonia en Cáceres el cambio de ubicación del basurero. «Son demasiados kilómetros para recorrer con el alimento», esgrime. Otro de los motivos que condiciona la presencia de cigüeñas es el clima. «El año pasado fue muy malo para la especie por culpa del calor en junio», destaca el experto cacereño. «Fueron poquísimas las cigüeñas que llegaron a volar, los pollos nacieron, pero no llegaron a volar», sostiene. Aunque la época de reproducción se mantiene sobre febrero y ese acertado por ‘San Blas, la cigüeña verás’, precisamente, las altas temperaturas de los últimos años han alterado la llegada de los ejemplares que prefieren las épocas más frías.

Por otro lado, Corrales hace mención también a las políticas medioambientales de la administración pública, la desatención sobre este recurso patrimonial o la falta de conciencia y la «persecución» ciudadana de los que «consideraban que molestaban y ensuciaban». En cualquier caso, cabe recordar que la cigüeña es una especie protegida y destruir sus nidos, atentar contra un ejemplar o provocarle la muerte está tipificado como delito en el código penal y puede acarrear pena de cárcel de hasta dos años.