Vicenta Polo es tan longeva que cuenta la distancia en leguas y habla con viejos refranes, pero le encanta el Cola Cao, la televisión (le permite escuchar misa diaria) y las galletas grandes con relieve que su familia le trae expresamente del mercado. Es la tercera abuela cacereña con 101 años, pero todavía transmite un carácter firme, resuelto y valiente mientras habla, sentada en el mejor sillón del piso de sus tres hijas, en la avenida de Alemania.

Las tres son solteras, y obviamente Vicenta vive como una reina. Solo toma una pastilla para la tensión y le han operado una vez con 98 años para ponerle un marcapasos: "Yo me encontraba divinamente en el quirófano y le pedí al médico que saliera a tranquilizar a mi familia, estaban como un flan", cuenta divertida. Puede que la clave de tanta vida sea su costumbre de verlo todo en positivo o su dieta. "Me levanto a las once y desayuno leche con galletas. Me siento a oír misa y como lo mismo que todos, pero pasado a puré, además de queso, zumo y papillas de cereal". Pero advierte: "El secreto más grande es creer en Dios. El es el que te da el tiempo que estás aquí".

No siempre vivió tan tranquila. Se pasó la Guerra Civil durmiendo con la cabeza fuera del cuarto, en el balcón, por miedo a que llegasen los combates hasta Alcuéscar. "Yo veía a las mujeres de Aljucén que huían sin tiempo de recoger a hijos y padres, y no quería que me pasase lo mismo". También recuerda con tristeza aquellos largos meses sin conocer el destino de su hermano, prisionero en Madrid. "Al final volvió al pueblo con dos compañeros, llenos de piojos, y todos los vecinos les recibimos en el Cruce de las Herrerías". Pero a Vicenta siempre le han sido indiferentes los bandos: "En mi casa todo el mundo oía los partes de guerra hasta la madrugada, y en nuestro campo trabajaban unos y otros".

Porque su familia era adinerada. Sus padres tenían ganado, tierras y molino de aceite en Alcuéscar. Vicenta se casó a los 26 años con un cacereño que llegó para trabajar en la fábrica de harina, "pero antes de ser novios le pedí permiso a mi madre, yo era muy noble, aunque lo hubiera hecho de todos modos", confiesa. Tuvo cinco hijos, se trasladaron a Albalá y ya en la jubilación a Madrid para vivir con sus hijas, donde se adaptó sin problemas, hasta el regreso de toda la familia a Cáceres.

"¿Lo mejor de mi vida?, mis hijas y mi matrimonio, que fue muy requetebien . Solo pido que todos lleguen a mi edad como yo", comenta.