El alzhéimer es una enfermedad que trasciende de lo sintomático, porque también va más allá del enfermo. Las familias deben suplir progresivamente las funciones que este mal va borrando día a día y hacerlo resulta en muchos casos agotador no solo físicamente, sino también en el ánimo de aquellos que se ven poco a poco difuminados en la memoria de la persona querida. Profesionales y familiares coinciden en que la ayuda externa es vital para que la calidad de vida del enfermo y del cuidador sea la mejor posible.

Los últimos cinco años han sido una continua maratón para Isabel Campos, que compagina su trabajo, con las tareas domésticas y el cuidado de su madre enferma de alzhéimer. "Estamos tramitando la documentación de la ley de dependencia para que nos proporcionen una asistenta, pero aún tiene que valorarla un neuropsicólogo", afirma. Natividad Holgado, de 80 años levantó sospechas entre la familia a raíz de pequeños olvidos que derivaron en un peligroso descuido por el que se le incendió la cocina de su casa.

El diagnóstico cayó como una losa en su hija y principal cuidadora, que decidió entonces llevar a sus padres a vivir con ella para poder atenderles de forma adecuada. Aún así, esta tarea se ha convertido es un trabajo en equipo: una asistente municipal se ocupa de limpiarle la habitación, otra contratada por la familia la atiende en su aseo personal y la cuida el resto de la mañana mientras su marido, también enfermo, vigila que no salga de casa sola. "Por la tarde trato de que se mantenga activa haciendo una sopa de letras, porque los números para ella ya no existen", afirma, y se lamenta de que no pueda contar con el apoyo de un centro especializado. "Los coches de los centros de día no pueden venir a recogerla y yo no puedo llevarla".

Más asistencia

La nueva asociación Alzei Comarca de Montánchez supone para Isabel Holgado una oportunidad de frenar la enfermedad "Ahora está todo el día sentada, no habla con nadie y se encierra cada vez más en sí misma", lamenta

A Francisco Sarró de 76 años, el Taller de la Memoria de la Asociación Alzei Cáceres, le permite hacer todas las tareas que no puede llevar a cabo mientras atiende a su mujer, a la que le diagnosticaron alzhéimer hace tres años. Fue él mismo quien insistió al médico de familia para que le realizaran pruebas neurológicas a su mujer, en la que empezó a notar despistes que no eran normales en ella. Los tests confirmaron lo que Sarró sospechaba: su mujer, Antonia Casares, tenía alzhéimer.

Lejos pensar en los problemas acarreados a la enfermedad, recurrió inmediatamente a la asociación Alzei Cáceres en busca de ayuda asistencial para su mujer y para él mismo. "Ahora acude lunes miércoles y viernes a las clases particulares --como se refiere al Taller de la Memoria-- y mientras yo aprovecho para hacer la compra o acabar las tareas pendientes en casa", explica, "porque si la llevo se encapricha con cosas y si no las compra se pone nerviosa, así que prefiero ir solo y que no lo pase mal"

A pesar de que tienen tres hijos, él mismo asume el cuidado íntegro de su mujer con dedicación, mientras que sus hijos "están ahí siempre y nos ayudan en lo que pueden", matiza. Se levanta temprano, sobre las seis de la mañana, para empezar a hacer las tareas de casa antes de que ella se levante, porque "ella ya no puede hacer nada", lamenta.

"Cuando ella se despierta le doy un masaje, la aseo y le ayudo a elegir la ropa y a vestirse, y le doy el desayuno", explica, tras lo cual se van a dar el primer paseo de la jornada. Cuando regresan, Sarró se ocupa de preparar la comida e inmediatamente después, salen a dar otro paseo o la lleva al taller. "Le gusta venir a hacer punto o a jugar al bingo o con pelotitas". Llevan 60 años juntos, " hemos sido muy felices y tenemos una edad preciosa para convivir", concluye.