Hay turistas que no sólo buscan paisajes y monumentos, sino también restaurantes con estrellas Michelín. Cáceres ofrece desde 1994 un restaurante, Atrio, con una estrella concedida por esta guía francesa, Viejo Testamento de la gastronomía.

Atrio fue inaugurado en 1986 por Toño Pérez y José Polo y enseguida conectó con las esencias de la ciudad feliz : sin traicionar el espíritu cacereño comedido y festivo, maduró un restaurante riguroso y vanguardista que no despreciaba la tradición.

El resultado de esta simbiosis de modernidad y cacereñismo acaba de ser premiado por la edición 2004 de la Guía Roja Michelín, que sale estos días a la venta, con la segunda estrella, un privilegio del que sólo participa media docena de restaurantes en España más otros cuatro (El Bulli, Can Fabes, Arzak y Berasategui) que tienen la máxima calificación de tres estrellas.

EXCELENCIA Si a esto unimos que en la edición de la guía verde Michelín de 2002 Cáceres conseguía, por fin, la tercera estrella (sólo la tienen Santiago, Barcelona, Segovia, Salamanca, Toledo, Madrid, Córdoba, Sevilla y Granada), habrá que convenir que la ciudad feliz alcanza altos niveles de excelencia turística.

La decoración y la filosofía culinaria de Atrio resumen el espíritu colectivo de la ciudad feliz . Lo apuntaba Toño Pérez hace ahora dos años: "Abanderamos el concepto de gran restaurante acogedor de porcelanas muy buenas y mucha calidad en el servicio de mesa. Estamos en otra corriente decorativa distinta a la minimalista que triunfa en La Broche o en el restaurante del Guggenheim : más de diseño, pero menos sólida. La imagen de Atrio siempre ha sido clásica".

El cacereño medio va a comer a Atrio y siente que entra en el comedor soñado, con el punto justo de sofisticación y riesgo. Toño y José son hijos de la ciudad feliz y le dan a su Cáceres lo que pide. Sin embargo, si uno visita su domicilio, decorado por el gran diseñador portugués con casa en Trujillo, Duarte Pinto Coelho, se encuentra un dúplex donde prima la ruptura estética: cuadros de Tapies, Saura o Barjola, un jardín en el cuarto de baño, grabados de Lorca en el pasillo, alcoba en tonos naranja...

Al igual que Saponi ha evolucionado desde el conservadurismo acrisolado hacia un liberalismo paternal que no chirría, Toño y José han procurado que su progresismo no se tiña de aventurerismo. Si Ferrán Adriá en El Bulli (tres estrellas Michelín) abandera desde Cataluña el desconstructivismo culinario y la novedad gastronómica absoluta, Atrio lidera desde Extremadura el respeto máximo a la materia prima aunado con una inquietud de superación y evolución sin locuras. Desde posiciones distintas, Atrio y Saponi llegan a un punto de equilibrio semejante.

A partir de ahí, y con la base local bien asentada, Toño y José han sabido dar una impronta específica de eficacia y modernidad a su trabajo que es lo que quizás aún le falte a Saponi, pero que espera conseguir con la capitalidad cultural europea.

En el libro de firmas de Atrio se recogen las rúbricas entusiasmadas de Iñaki Gabilondo, Oliver Stone, Butragueño, Bono, Atutxa o Alfredo Landa. Manuel Vázquez Montalbán lo seleccionó entre sus favoritos en su Guía de restaurantes obligatorios .

La guía Gourmetour lo puntuaba con 9,25 en el 2002 y lo elevaba al Olimpo en el 2003 con un 9,50. Su carta de vinos ha recibido todos los premios posibles y la pasada semana, mientras los catalanes se desesperaban porque Barcelona perdía dos estrellas Michelín (Neichel y La Dama ), La ciudad feliz presumía de ser la única ciudad española que conseguía la segunda estrella para su restaurante-catedral.

Hace dos años, Toño casi la descartaba: "Para poder llegar a la segunda estrella Michelín hay que atender a determinadas cuestiones del servicio. Tú vas a comer a un tres estrellas y has de pagar 20.000 pesetas porque en cocina hay 30 empleados y más de 20 atendiendo la sala. Para 50 comensales cuentas con 50 empleados y tienes que subir mucho los precios". Pero hasta en eso conectan con la ciudad feliz , donde el colmo de lo chic es presumir de la cuenta dolorosa de Atrio.