Se conocieron dos años antes de entrar en prisión. Carmen Camuña y José Manuel Yáñez, alias El Pollo , compartieron durante ese tiempo amor, drogas, robos y mala vida. Cuatro años de cárcel les ha apartado, dicen, de todo menos del amor. A ella le quedan aún dos años y medio de condena, un año menos a él, y no querían esperar tanto para legalizar su relación. Mañana hace un mes que se casaron en el juzgado de Cáceres. Era la primera vez que comparecían ante el juez por otra razón que no fuera un delito. "Pensar en casarme me daba tirria, pero le quiero y sé que es el hombre de mi vida", declara la novia. "Lo hemos hecho por amor", añade él.

La boda de estos dos presos no es un caso único. Tampoco es la primera que se produce en el centro penitenciario cacereño, pero sí es bastante excepcional. Y, por supuesto, singular en sus detalles. Los coches de los novios, por ejemplo, fueron dos furgones de policía, sin adornos blancos ni padrinos que les acompañaran. Solo dos parejas de agentes les custodiaron desde el penal hasta el juzgado.

Era la segunda vez que intentaban casarse. En septiembre, los testigos no se presentaron y tuvieron que volver a la cárcel sin dar el sí quiero . "Mi niña vino con las lágrimas en los ojos", cuenta el marido. Esta vez, una amiga expresidiaria y su madre hicieron de testigos.

Ni fotos ni banquete

Ningún familiar fue a la boda. Eso sí, ella tuvo su vestido de novia. Era un traje de chaqueta y pantalón azul hecho por ella y sus compañeras del curso de corte y confección de la cárcel. "Quedó mejor de lo que esperaba", afirma. El se las arregló con un pantalón negro, una camisa a juego con dibujos de color granate y unos botines.

En la breve ceremonia civil se intercambiaron dos alianzas de oro grabadas con sus nombres y la fecha del enlace; pero ni pudieron hacerse fotos para el recuerdo ni tuvieron arroz a la salida, y regresaron de nuevo a la cárcel uno en cada furgón.

El banquete se había celebrado un mes antes y por separado. Al regreso de la boda fallida de septiembre, los compañeros del comedor donde él trabaja le aguardaban con unos paquetes de jamón y hasta un puro. En el módulo de mujeres también hicieron algunos apaños para prepararle una pequeña fiesta. Pero el 6 de octubre, tras casarse, ya pudieron celebrar juntos el enlace con unas pepsis y bocadillos de jamón que se llevaron a su vis a vis nupcial regalo de boda de la cárcel: cuatro horas --son dos normalmente--. "Fue más especial del día de la boda", asegura Yáñez.

Antecedentes

¿Cómo se conocieron fuera de la cárcel? "Por el mundillo. Cada uno tenía otra pareja, pero cuando la vi fue un flechazo", recuerda Yáñez. Empezaron a salir en el 2000. "De ella me gusta todo --dice--. No he querido a otra mujer como a ella". A Carmen le atrae de él su "manera de ser". "Es muy cariñoso y está muy pendiente de mí", dice.

Carmen es de Puertollano (Ciudad Real) y tiene 27 años --cumplidos el viernes--. A los 12 entró en el mundo de la droga, a los 14 llegó a Cáceres y desde entonces no ha dejado de dar trabajo a la policía. "Me enganché porque me sentía sola. Mi madre entró en la cárcel, me junté con malas compañías y empecé a robar para consumir", relata. Su historia sigue un patrón típico: joven de familia desestructurada y entorno marginal, que acaba siendo toxicómana y delincuente habitual. Su madre y sus hermanos también figuran en los ficheros policiales. Tres de ellos están internos en la prisión cacereña.

Ella pisó la cárcel por primera vez en 1996, después de dar tumbos por reformatorios de Albacete, Badajoz y Madrid. Es alta y corpulenta, con una juventud que acentúan sus piercings en la barbilla, la nariz y la ceja. Lleva vaqueros desteñidos y acampanados y botas de plataforma, con las que saca a su marido casi una cabeza.

El novio nació en Cáceres hace 50 años, de manera que casi le dobla la edad a ella. "En el módulo me tienen envidia por tener a una mujer joven a mi la-