La atrocidad, no me cansaré de repetirlo, cometida en San Francisco no se circunscribe al puente sino que la reordenación de la zona ha hundido --tras una serie de desniveles-- la hermosísima Casa Pedrilla. El origen de esta propiedad se remonta a los comienzos de la Edad Moderna con la donación de una propiedad denominada Huerta Vergel, en la Ribera, que Pedro Durán y María de Robles hicieron al convento de San Pablo en 1511 como dote de su hija Inés de la Rocha al entrar en religión. La abadesa de San Pablo no perdió el tiempo, y sólo un día después vendió la huerta a Diego de Cáceres, que la vinculó al mayorazgo de su padre el capitán.

En 1520, su hijo, Diego de Ovando Cáceres, la recibe propter numptias , al casarse con Francisca de Torres, la hija del Mariscal de Castilla. Estos fundarían mayorazgo en 1566 e incluyeron la Huerta Vergel, que un año antes había sido enajenada del otro mayorazgo para ser vinculada al que crearían. En 1592 el hijo de ambos, Francisco de Ovando Torres, junto a su mujer María de Monroy, venderían la huerta a Cristóbal de Ovando. Frontera se encontraba la huerta del Comendador Hernando de Ovando, que había recibido de su madre Beatriz de Ovando y que se había adquirido, igualmente al Convento de San Pablo en 1511.

Cristóbal de Ovando construye un lavadero de lanas en esa huerta y se enfrenta, en 1597, a un pleito con Miguel de Paredes Rocha, Fernando Golfín y el Procurador Síndico que querían prohibirle la actividad. Cristóbal aportó al pleito la autorización para ejercer el lavado en la huerta de Hernando de Ovando, pero los demandantes se basaban en que el lavadero estaba en la huerta de Diego de Ovando. Vamos, un lío que se acrecentaría con el paso de los siglos.

Ya en el XVIII, el curador de Juan de Ovando Cáceres, III Marqués del Reyno, menor de edad y poseedor de los mayorazgos de Diego de Cáceres y de Francisco de Ovando, interpone (¡144 años después de la venta de la huerta!) un pleito por la propiedad del lavadero de lanas a José de Ovando Vera, señor de Zamarrillas, en cuya persona recaían, entre otros, los mayorazgos de Hernando de Ovando y Cristóbal de Ovando. El pleito fue largo e intervinieron en él conocidos personajes de la época, hasta que se dictó sentencia en Madrid, confirmando la propiedad del molino a José de Ovando.

Mujer singular

Como ya sabemos, los Ovando de Zamarrillas se extinguieron en los Condes de la Torre de Mayoralgo y en 1842 el III Conde vendió la Huerta Vergel a la familia Pedrilla. En 1845 se derriba el lavadero y se levanta un molino de aceite sobre él y se repara otro molino que estaba en la propiedad. Ya en pleno siglo XX, su propietario el catedrático Francisco Martín Fernández-Pedrilla encargó a José María López-Montenegro la construcción (en el molino en el que un día estuvo el lavadero de Ovando) de una casa de aires portugueses que recordara a su mujer, Ana de Lancastre Laboreiro e Sousa las quintas alentejanas de Montemor-o-Novo. Ana de Lancastre fue una mujer singular, de notable cultura que escribió interesantes ensayos históricos.

La construcción, que sigue los modelos del historicismo portugués de la época de Salazar, está exenta y da sensación de gran solidez. La fachada principal se organiza en tres alturas, (creando un efecto de casa-fortaleza con fintas torres), con portada y balcón sobre él, y vanos con aire manuelino. La fachada lateral (orientada hacia el paseo) muestra una logia a dos alturas, con arcos en el inferior y galería arquitrabada en el superior, a la que se accede por una airosa escalera. Se encuentra encalada, a excepción de la cantería vista.

El hijo de los propietarios, el conocido Tony Pedrilla, casado con María Gómez, fue, durante muchos años, Cónsul de Portugal en Cáceres y, por ello, se conocía también a la casa como el Consulado de Portugal. La Diputación adquirió en 1990 la casa a la familia y fue remodelada por Alfredo Fernández para convertirse en el Museo de Historia y Cultura Casa Pedrilla, que muestra la vida de destacadas personalidades cacereñas de los siglos XIX y XX y que dirige, con exquisito mimo, la encantadora Pachiqui Herreros de Tejada, uno de los pilares de nuestra vida cultural. El molino es una muestra espléndida de arquitectura popular, con unas notables bóvedas de rosca, y, en él, se instaló otra de las joyas de Cáceres, la Fundación Guayasamín.

Siento debilidad por esta casa, con tantos ecos portugueses, que, abstrayéndome, parece que estoy en mi Alentejo, mi otra tierra, a la que quiero casi igual que a ésta, porque, al fin y al cabo, son la misma. A pesar de que digan que el iberismo está trasnochado, no es cierto: Iberia vive en la Península y en el mundo. Sueños míticos y místicos de trascendencia frente a una Europa capitalista, deshumanizada sin rumbo, que pierde, día a día, su espiritualidad, en la que no logro entender qué hacemos españoles y portugueses. Iberia es Europa, pero es mucho más.