Han cambiado los uniformes por pijamas y batas con el anagrama del SES, y las mochilas por goteros o apósitos. No toman el autobús escolar ni recorren largas distancias para acudir al colegio, pero se mantienen en contacto con las aulas. Ellos son escolares muy especiales, como especial es también el aula al que acuden.

Se trata del aula escolar que el hospital San Pedro de Alcántara dispone para los niños que, por una u otra razón, se encuentran ingresados en el centro. Su fin, hacer que la estancia hospitalaria sea lo más amena posible al tiempo que, para aquellos que se ven obligados a pasar estancias prolongadas, no pierdan conocimientos ni el ritmo que llevan en sus respectivos colegios.

Se trata, en definitiva, de "asegurar la atención educativa del alumnado con dificultades de escolarización por problemas de salud", recoge el informe de la Consejería de Educación respecto a las aulas hospitalarias. En el mismo se establecen, entre otros objetivos, el de proporcionar atención educativa al alumnado hospitalizado para asegurar la continuidad del proceso de enseñanza y aprendizaje, evitando el retraso escolar que pudiera derivarse de su situación; así como los medios e instrumentos necesarios para alcanzar una mejor calidad de vida y prevenir la ruptura del proceso escolar, facilitando su reincorporación a la escuela y la sociedad.

Acciones y experiencias

El aula hospitalaria funciona como un colegio, con los mismos periodos lectivos. Por la del San Pedro de Alcántara pasan cada curso unos 700 alumnos, de entre 2 y 14 años, habiéndose atendido ya este año, desde septiembre y hasta la fecha, a más de cuatrocientos.

Su responsable, la profesora María José Serrano, reconoce que la experiencia "es muy positiva, pues cuando el niño llega al hospital se encuentra con un ambiente que para él es hostil, difícil, y el aula le facilita el que, al menos unas horas al día, realice las actividades que suele hacer en su casa, en su colegio, con sus amigos. Es algo que le favorece tanto desde el punto de vista personal como educativo".

Para los escolares de este aula, sobre todo para los de menos edad, lo más difícil es dar el primer paso. Y es que el comienzo no deja de ser como el primer día de clase y, en este caso, con el agravante de que piensan que al entrar en el aula se van a encontrar con inyecciones o pruebas dolorosas. "Pero una vez que superan el primer día se enganchan y vienen encantados", señala su profesora.

Es el caso de Iván Bergel, Andrés Tierno o Jorge Martín. Con tan sólo cuatro años y recién llegados al hospital, donde les van a operar, se muestran reacios a entrar en el aula. Hay lágrimas, como en cualquier inicio de curso, en cualquier colegio, y de cualquier localidad, pero en apenas unos minutos comparten juegos y pinturas en torno a una pequeña mesa escolar. "En estos casos nuestro único objetivo es favorecer que su estancia en el hospital sea un poco más agradable e intentar evitar que rompan su rutina diaria escolar, a la que tendrán que volver cuando salgan del hospital"

Lo más difícil, reconoce la profesora, es atraer a los chicos de entre 12 y 14 años, "pues los mayores, en general, rechazan todo lo que significa colegio". Alexis Martín, un placentino de 13 años ingresado en el hospital cacereño para unas pruebas, señala que como estará poco tiempo no es partidario de acudir al aula, opinión que no comparten David Jiménez, de 12 años, y su hermana María, de 9, que aseguran que les gusta la iniciativa.

Ambos se encuentran ingresados por una salmonelosis que también ha afectado a sus padres y a un hermano de 3 años y que les mantendrá hospitalizados al menos una semana. David no está dispuesto a estar inactivo y, con la compañía de su gotero, acude al aula "porque me gusta y, además, es una forma de estar un poco más entretenido y de poder seguir aprendiendo para que cuando vuelva a mi colegio mis compañeros no estén mucho más adelantados que yo en las asignaturas".

La atención

Son diferentes las actividades que en el aula hospitalaria se realizan según la edad, como también lo son dependiendo del tiempo que los pequeños vayan a estar ingresados.

"Cuando la estancia va a ser inferior a cuatro o cinco días el único objetivo que tenemos es el de evitar que rompan su rutina e intentar que estar en el hospital les sea un poco menos duro, por lo que las actividades se centran, sobre todo, en los juegos y actividades lúdicas, como dibujar", señala María José Serrano.

Diferentes es el caso de los de larga estancia, entre los que se incluyen los ingresados más de una semana en la planta de Pediatría y, por supuesto, los de Oncología. En estos casos se procura darles un ritmo reglado, para lo cual la profesora del aula hospitalaria incluso se pone en contacto con los profesores de sus centros y procura seguir las actividades de sus respectivos niveles.

"Cuando un niño va a permanecer bastante tiempo ingresado procuro mantener un contacto constante con los profesores de su centros, que incluso me envían por correo electrónico exámenes y actividades para que los realicen aquí y no pierdan nivel".

La enfermedad no impide seguir aprendiendo y jugando.