Eladio Rodríguez Gallego era un catedrático nacido en La Vera que a principios del siglo XIX se vino a ejercer a Cáceres, ciudad en la que conoció a Carmen Queimadelos, natural de Ponteareas (Pontevedra), a la que habían destinado también a la capital porque era igualmente maestra. Aquí se casaron Eladio y María Asunción, que se fueron a vivir a Publio Hurtado, justo a la casa que ahora ocupa el Museo Municipal y que en su día fue sede de las Escuelas Normales de Magisterio, centro en el que el matrimonio impartía clases, uno de Ciencias, otro de Letras. De manera que Eladio y María Asunción ejercían en esa escuela, que también disponía de una vivienda, en la que nacieron sus dos hijos, Eladio y Modesta.

Cuando la escuela se trasladó a la avenida Virgen de la Montaña, Eladio era ya el director del área de los chicos, que estaba en el piso de arriba, y Carmen, una mujer adelantada a su época, era directora del área de las chicas, que estaba en el de abajo, porque entonces ambos sexos no se podían mezclar en una misma clase.

En esa época, los Rodríguez Queimadelos ya habían dejado Publio Hurtado y estaban instalados en el número 15 de la calle San Antón. Pasaron los años y Modesta, la hija del matrimonio, se casó con Eugenio Luengo, un médico analista de Navalmoral de la Mata destinado en la ciudad y con el que tuvo tres hijos: Eugenio, Eladio y Emilio. En la planta baja de la casa de sus suegros, justo enfrente del Gran Teatro, instaló Eugenio Luengo el famoso laboratorio de análisis clínicos de toda la vida de Cáceres.

La casa de los Rodríguez era preciosa, con aquel mirador desde donde cada año los pequeños contemplaban atónitos el paso de la cabalgata de Reyes, con sus dos patios, su leñera, su sala de juegos, el piso Principal, el superior, y una planta más arriba para el servicio doméstico. Era San Antón una calle bulliciosa, con Calzados El Cañón, el Auxilio Social, la casa de los Enríquez, que eran abogados, la Armería Arias, Marcelino Sánchez, que vendía Renaults, Castañera Radio... y más allá El Requeté, el Norba, el Avenida, que tenía unas milhojas de caerte para atrás de lo buenas que estaban, y los futbolines de Peluca, donde no podían entrar las niñas.

De Cádiz a Cáceres

Eladio, el otro hijo de los Rodríguez Queimadelos, nació el 4 de diciembre de 1918. En Cádiz concluyó Eladio la carrera de Medicina y se casó con María Asunción Martín Millanes de la Cuesta, a la que conoció cuando ella fue a darle el pésame por el fallecimiento de su padre puesto que ambas familias se conocían.

La historia familiar de María Asunción es, cuanto menos, curiosa. Era María Asunción hija de Carmen y de Aurelio, un médico rural de Valladolid que ejerció en Logrosán y Aldeacentenera, localidad cacereña en la que residían.

Además de María Asunción, Carmen y Aurelio tuvieron otras cuatro hijas: Julia, Carmen, Anita y María Jesús. Ocurrió que una madrugada que Aurelio se había roto una pierna y estaba convaleciente en una cama, llamaron intempestivamente a la puerta. Cuando Carmen se levantó a abrir se encontró con una mujer empapada en sangre diciendo que acababan de matar a su padre. Cuentan que impresionada por el susto, a los pocos días Carmen falleció. Aurelio tampoco se recuperó de su enfermedad y también murió.

Fue entonces cuando las tres hijas mayores del matrimonio se marcharon con la abuela Rosalía, madre de Aurelio, que residía en Logrosán. Las dos pequeñas: María Jesús y María Asunción, se quedaron a vivir con José Crespo Casado, que era un médico de Aldeacentenera, íntimo amigo de Aurelio, que se había casado con una mujer llamada María Jesús con la que no había tenido descendencia. De modo que José Crespo y María Jesús declararon prohijadas a las dos hijas pequeñas de Aurelio y junto a ellas vivieron felices en Aldeacentenera.

Cuando Eladio y María Asunción contrajeron matrimonio se quedaron a vivir en Aldeacentenera puesto que a Eladio le dieron allí el destino como médico, después marchó a Deleitosa y finalmente realizó las oposiciones de APD (Asistencia Pública Domiciliaria) para optar a una plaza en Cáceres.

Llegados a la ciudad, Eladio y María Asunción se instalaron en la casa del Cabo Grande, en el barrio de San Francisco, llamada así por ser de Antonio Grande, cabo de la policía armada, que estaba casado con Rosario. Vivían allí el teniente Corrochano; don Antonio Castellano, abuelo del exconcejal Javier Castellano; el señor Julio, que tenía una agencia de transportes; Marconi, que arreglaba bicicletas; el anestesista Manuel Montero; las Manolitas; Mari Carmen, que es profesora de Música; los Charro, la señora Antonia y su marido Vicente...

También vivían en el barrio los Pizarro, que el padre era representante de Medicina; don Felipe Altozano, un gran pediatra; Primitivo Torres, que tenía la farmacia en la Concepción y que su hijo Quico la tiene ahora en Mejostilla... Muy cerca de allí estaban el bar Béjar y la Armería Hartos y era muy gozosa aquella vida de los Rodríguez Martín Millanes en esa casa tan bonita en la que residían y donde ya eran padres de tres hijos: Eladio, que es traumatólogo, María Asunción, que vive en Cáceres, y María del Carmen, que está en Majadahonda.

El Rodeo

Felicísima infancia la de aquellos niños, con las ferias que se ponían al lado de casa, maravillosa libertad la del Rodeo, la Ciudad Deportiva con sus piscinas para hombres y para mujeres, las Carmelitas de la calle Olmos con la hermana Rogelia, la hermana María Carvajal, que campanilla en mano daba clase de Música, la hermana Anita, bueno, y don Justi, que era un gustazo cuando él daba la misa porque hablaba muy bien.

En Cáceres, Eladio era médico de la Seguridad Social, y estuvo mucho tiempo en Aldea Moret, luego en San Pedro de Alcántara, frente al Metropol, y casi todo el cupo de cartillas que tenía eran de Pinilla, un barrio donde lo querían muchísimo.

Compañeros de Eladio fueron don Eloy Cercas; don José Merino Hompanera; don Ernesto Juárez, que su hija Anita fue directora de la Escuela de Idiomas; Ricardo Escudero Pérez, traumatólogo de Plasencia, Feliciano Cruz Sagredo, que era de Piornal; don Antonio Cáceres Valés; el doctor Perales, que era dentista y tenía su consulta en la calle San Pedro; el doctor Borrella; don Emilio Cardenal o don Fernando Quirós.

El sanatorio

Mención aparte merecía don Pedro Rodríguez de Ledesma, cuyo sanatorio estaba en la avenida Virgen de la Montaña. En realidad, aquel sanatorio era un chalet, donde también vivían don Pedro, su mujer Inmaculada, y sus seis hijos. Era aquella una casa maravillosa: al subir las escaleras, a la derecha, un jardín con una palmera, y luego las habitaciones y un pequeño quirófano en el piso superior. Con su derribo se marchó también parte de la rica historia urbanística de esta ciudad.

Eladio terminó su carrera profesional en la Osme (Organización de Servicios Médicos de Empresa). Llegaba un día Eladio de hacer su ruta por las industrias de Capellanías y al volver para Cáceres en el coche recordó a Antonia, una paciente a la que hacía poco habían operado de estómago. Subió entonces Eladio a verla. Tomó sus gafinas de cerca y cuando se puso a hacerle la receta se desplomó. Antonia, como pudo, lo llevó a la cama, lo trasladaron luego a la residencia, de ahí al Jiménez Díaz y poco después falleció. 59 años. Demasiado pronto.

Tras de sí toda una vida llena de recuerdos en Cáceres, la ciudad a la que un día llegaron los padres de Eladio Rodríguez Queimadelos para instalarse en la calle San Antón: con su Gran Teatro, su laboratorio de Análisis Clínicos, y aquella cabalgata de Reyes que cada 5 de enero desfilaba majestuosa a los pies del mirador.