Su negocio se encuentra en la Madrila, históricamente una de las zonas con mayor contaminación acústica de toda la ciudad. Juan Andrés Alvarado trabaja como veterinario en la clínica Doctor Can, local que padece desde hace aproximadamente un año, "desde mayo o junio del 2013", reiteradas molestias a causa del ruido proveniente de un local situado justo debajo de su establecimiento. Se trata de un colectivo eclesiástico que ofrece misas y discursos cada semana.

"Por lo menos cuatro veces por semana somos víctimas de una severa contaminación acústica", expresa. Incluso durante algunos fines de semana, cuando se han producido ocasiones en las que han tenido que atender de urgencia a animales que tenían hospitalizados, el volumen del ruido era "bárbaro" y repercute en su trabajo. "Es un local pequeñito pero el ruido que emite es altísimo", confiesa.

Juan se llegó a descargar una aplicación para su teléfono móvil desde la que pudo comprobar que, en ocasiones, el nivel de contaminación acústica superaba los 65 decibelios. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera los 50 decibelios como el límite superior deseable. Concretamente, a partir de los 65 se considera un ambiente ruidoso, similar al sonido que emitiría un aspirador, un televisor con un volumen alto o el despertador de una radio.

"Suelen comenzar sobre las 18.00 horas y nuestro horario de cierre no baja de las 21.00. A pesar de ello, nos avisaron de que probablemente a partir de las 20.30 subirían más el volumen, y así se produce", desvela resignado. Alvarado no sabe hasta cuándo se prolongará esta situación pero confiesa que "a veces notamos como vibra el suelo".

Incluso la hermana de Alvarado, que vive en el bloque de al lado, llegó a preocuparse una vez pensando que "había una pelea". Nada más lejos de la realidad. Los miembros del colectivo mantenían la puerta abierta durante las horas de uso del local y el impacto del sonido alcanzaba varias manzanas del barrio. "Desde entonces al menos cierran la puerta, pero el ruido sigue siendo tremendo".