Si todavía no ha tenido usted la oportunidad de conocer la fiesta de La Encamisá en directo, mañana es un buen momento. Ya sé que en esta época cuesta vencer la pereza para coger el coche, pero si toma la decisión le aseguro que no se arrepentirá.

De orígenes inciertos, más cerca de la leyenda que de la historia, es una celebración que no le dejará indiferente, ni por el colorido, ni por el ruido, ni por la amabilidad con la que los torrejoncillanos acogen a los visitantes. Es cierto que, como suele ocurrir en estos casos, usted se verá sorprendido por algunas de las imágenes que produce la fiesta y que suelen llamar la atención del forastero. Y entre ellas, estoy seguro, el ruido proveniente de los cartuchos de fogueo, las campanas de la preciosa iglesia de San Andrés repicando sin fin y las proclamas de la gente que declara su fervor religioso sin ninguna cortapisa, no le dejarán indiferente.

Pero La Encamisá es mucho más que eso. Si es usted un buen observador, nada más bajarse del coche notará que se trata de una noche en la que las emociones no admiten ningún control, como si el humo de las escopetas y de las jachas ardiendo en las calles dibujara un escenario irreal y permisivo. Por eso, cuando entre usted en alguna casa a comer un coquillo y tomar un vino, no deje de fijarse en los rostros de la gente.

Por debajo de su amabilidad, adivinará distancias imposibles en sus ojos llorosos, alegría incontenible por reencuentros inesperados y tristeza infinita por los que ya no están; y por los que están, porque, a pesar de sus esfuerzos, no sean capaces de llenar los espacios vacíos.

Aun así, le abrirán las puertas de sus casas, le darán toda suerte de explicaciones acerca de la simbología de la fiesta y le dejarán participar plenamente, sin más obstáculos que los derivados de la propia ceremonia. Pero eso sí, no se sorprenda si nota que en un momento determinado su presencia se vuelve invisible, como si no existiera; es el momento cumbre en el que el estandarte, como símbolo tangible de toda la ceremonia, se pone al alcance. Para cuando recupere su visibilidad, todo volverá a ser como antes, incluida la generosidad de los anfitriones.

No sé qué pensará usted, pero yo le aseguro que si decide acercarse, podrá disfrutar de una fiesta sin parangón, que no deja indiferente a nadie y en la que, a poco que se involucre, vivirá y sentirá todas las emociones con total naturalidad. Yo voy a ir. ¿Y usted?