Uno de los objetivos más deseados por los defensores de la ‘economía de mercado’ es convertir a todo el mundo - a todo el planeta Tierra - en un solo mercado global; en el que desaparezcan las peculiaridades, las diferencias y los ‘tipismos’ de los pueblos y de las culturas. Las que han caracterizado, desde tiempos inmemoriales, a las gentes de los cinco Continentes; por sus formas de trabajar y producir; por sus costumbres ancestrales de distribuir, vender y consumir sus bienes y productos de las formas más pintorescas y originales.

Los grandes ‘gurús’ de la economía liberal siempre han entendido que todas estas peculiaridades populares - o étnicas - de fabricar sus ropas con gran vistosidad y colorido; de ensamblar calzados, sombreros, alimentos o herramientas de trabajo, guardando viejas costumbres y empleando procedimientos artesanales, no son más que ‘antiguallas’ que encarecen el proceso productivo, rompen la línea automática en las fases de producción y, en definitiva, disminuyen los beneficios de las empresas y de sus accionistas porque exigen mayor número de operarios para llevarlas a cabo.

En pocas palabras: aumentan el ‘capital variable’ de las ‘plusvalías’, en definitiva; que es lo principal y lo que hay que mantener o aumentar en toda iniciativa económica. Pues en el fondo, el ‘liberal capitalismo’ - tan de moda entre nuestros responsables políticos y entre sus ‘monaguillos’ de ‘centro’ - consiste en esto: en desincentivar el trabajo artesanal bien hecho, disminuir los salarios, desactivar los derechos de los trabajadores - que son quienes realmente crean las ‘plusvalías’ - y primar generosamente los beneficios de los inversores y poseedores del ‘capital fijo’ financiero de sus ‘acciones’ - inerte y estéril - que son quienes estimulan la producción masiva de bienes de consumo de baja calidad y escasa utilidad; con los que ‘inundar’ los mercados de ‘baratijas’ hechas a máquina; que acaban sus cortas vidas útiles en los gigantescos vertederos industriales que rodean a las grandes ciudades. Vertederos que invaden ya los campos y los fondos oceánicos, y que acabarán por esterilizar a todo el Planeta.

El producto ‘estrella’ de la ‘globalización’ han sido los ‘plásticos’. Variedad interminable de “polímeros’ derivados del petróleo, que hoy se utilizan masivamente para fabricar todo tipo de útiles de escasa calidad y consistencia; para empaquetarlos o distribuirlos; para fabricar ropas de fibras sintéticas, muebles de ‘conglomerados’ artificiales, en talleres enormes, donde se hacinan miles de trabajadores de baja cualificación, a los que se paga salarios de miseria por jornadas interminables; sin derechos laborales ni sanitarios.

La ‘Era de la Globalización’ ha superado ya - con nota - a la ‘Era de las Guerras Mundiales’ y de las destrucciones masivas de la vieja Europa. Quizá sea una la consecuencia de la otra. Pero nos tememos que, según vaticinan los expertos en relación con las condiciones climáticas y naturales del planeta Tierra, en pocas décadas agote y finalice con los recursos con los que el hombre ha contado desde que comenzó la ‘Era Antropozoica’, y lo único que quedará “globalizado” sea la aridez, las temperaturas ardientes y la imposibilidad de sobrevivir en su superficie. ¡Una triste consecuencia de la ‘economía global’!