Molinos, batanes, tenerías, pilones, telares y hasta fábricas de harina y chocolate... La Ribera del Marco es uno de los espacios clave de la ciudad por su patrimonio histórico y cultural, y por considerarse ni más ni menos que el origen de Cáceres. Y ello porque sus aguas manan curiosamente todo el año, ofreciendo recursos suficientes para que existiera presencia humana desde la más remota antigüedad: los hombres de Maltravieso, los romanos, los almohades...

Sin embargo, poco queda de aquel esplendor de agua y labranza. Durante las últimas décadas, Cáceres ha dado la espalda a su ribera y también a las huertas que durante siglos alimentaron a la población, unas tierras ricas en producción que ahora experimentan un tímido repunte gracias a unos nuevos tiempos que hablan de comida sana y desarrollo sostenible.

La cultura del agua generó puentes, acequias, pesqueras, callejas, molinos, almazaras y huertas antiquísimas. Y por supuesto las fuentes: Concejo (daba 15.000 cántaros de agua al día y se regeneraba en una sola noche), fuente del Rey o del Marco, fuente Fría, fuente Nueva, fuente Rocha o de los Curtidores... En el cauce también resisten los puentes o parte de sus estructuras construidas a partir del siglo XVI: el Marco, Huerta del Conde, Fuente Fría, Concejo, San Francisco, Curtidores, Vadillo y puente Nuevo.

Había una veintena de pequeñas presas o pesqueras de mampostería y sillería, así como pilones que servían de abrevadero en San Francisco y Vadillo. Hoy se mantienen ciertas portadas semiabandonadas de huertas y tenerías, y resto que recuerdan la existencia de hasta 25 molinos harineros y almazaras.