El retablo que hoy nos ocupa está ubicado en una ermita especial para los cacereños: la Paz, reconstruida en el XVIII sobre los restos de una ermita renacentista del XVI. Emerge airosa en nuestra Plaza Mayor, adosada a la Torre de Bujaco, lo que supone para nuestra ciudad un encanto especial. Accedemos a través de su artística reja, obra de Juan de Acedo en 1756 donde se aprecia el anagrama IHS y el águila bicéfala de los Austrias. En 1726 la cofradía inicia gestiones para construir una ermita solicitando del Concejo cacereño los 600 reales que tenía de derechos de carnicería de la feria para pagar a los administradores reales, pero la feria fue declarada franca y nada pudo lograrse.

Será en 1731 cuando se lleva a cabo la cesión de la antigua ermita de San Benito (ocupaba el mismo tramo que la actual) y en 1732 se nombra mayordomo a Alonso José Conejero y Molina, cura de santa María, los diputados comisionados fueron Rodrigo de Ovando y Godoy, Alonso Moruno Estopina, Juan Durán Roco y Fernando Solís y Vera. Rigen otras mayordomías en posteriores años, como el abogado Andrés José del Hierro Ojalvo y José de Cáceres Quiñones y Vela. Este segundo se encarga de adquirir el retablo de talla dorada de Nuestra Señora que vendían los frailes de San Francisco, ya que la cofradía no tenía fondos para comprar uno nuevo. El 11 de diciembre los cacereños pudieron admirar por primera vez la imagen de Nuestra Señora, llegada a la ciudad en este día. Es la misma que hoy se venera en la ermita: talla de madera dorada y policromada, hermoso y elegante ejemplar de depurado barroquismo.

En su segunda fase, en 1759, el mayordomo Joaquín Jorge de Quiñones y Aldana regala un nuevo retablo --el actual-- puesto en sustitución del primitivo. En 1763, siendo mayordomo el Marqués de Torreorgaz, se encarga al pintor José Galban cuatro cuadros de los cuatro evangelistas que se destinan al adorno de la cúpula central. Construyó los marcos y cenefas de enlace el tallista Vicente Barbadillo. Todo costó 1.136 reales. Francisco Javier Gutierrez construyó las repisas y doseles que importaron 280 reales. A estos adornos hay que añadir los de yesería que se pueden admirar hoy.

La belleza del templo y la devoción a la Virgen, cada vez mayor, habían hecho de esta ermita uno de los lugares preferidos por la sociedad cacereña. Por eso en 1774 se estableció misa todos los domingos y festivos, costumbre que siguió hasta muy adentrado el siglo XIX. De este lugar salía antiguamente la procesión de la Bula, hasta Santa María.