A Benito Quintanilla, con la piel curtida por el frío, le contemplan 32 años como hortelano en la Ribera del Marco. Comparte con su familia una finca en la que tiene caballos que ahora guarda en una cerca lejos del cauce del Guadiloba, tras el doble aviso de desembalse que ha vivido esta semana. Lo pasó muy mal en la riada del 2006, que se llevó por delante, recuerda, hasta 25 ovejas, además de otros animales. Preguntarle por lo que ocurrió le pone de mal humor. "Esta vez ha sido diferente. La policía local se ha portado estupendamente", recalca, después de que dos coches patrulla se encargaran ayer de que ningún hortelano se acercara al cauce, crecido por el agua que vertía el pantano durante el segundo desembalse.

Acompañado por su hijo Jorge, Benito Quintanilla recorre el camino que conduce hasta sus cuatro caballos, a la intemperie, en el campo. Es una cerca humilde, con una puerta de desguace que le sirve para que no se escapen. A pocos metros está el huerto. Ni el Arroyo del Marco ni el agua que va del Guadiloba al Almonte paran allí. Dice que se las ve y se las desea para regarlo en verano. "Es un crimen que tiren ese agua del pantano", se queja. Pasa por delante de su propiedad, pero no le llega. De ello da fe una tubería vacía.

Explica que el agua que baja por el Marco se queda más arriba, en otras huertas, y no les alcanza. Su hijo asegura que hay problemas entre los hortelanos porque no ponen de acuerdo para compartirla. Desde el puente que cruza con la carretera de Trujillo, calcula que hay unos veinte. "Ahora nos llevamos a matar", dice. Algunos ni se saludan cuando la policía se va.

Mientras tanto, aguas abajo, el cauce del Guadiloba viaja rápido y lleno hacia el Almonte. Sin sistemas para aprovechar el líquido más preciado por ellos, Benito Quintanilla y sus vecinos tendrán que volver a discutir el próximo verano cuando aparezca el fantasma de la sequía en la Ribera.