Miércoles por la tarde. Acaba de terminar la sesión que los miembros de la pastoral penitenciaria comparten cada semana con los internos del Centro Penitenciario de Cáceres. En la calle empieza a hacer más frío. Dentro se han quedado Rachid, Juan Ramón, José o Julio César, nombres anónimos entre el grupo de 25 reclusos que han participado en la reunión durante casi dos horas.

Javier, Eva y Marian bromean con los funcionarios de Instituciones Penitenciarias antes de marcharse. Javier, uno de los veteranos en la pastoral con más de 30 años de experiencia como voluntario en las cárceles, regala caramelos para endulzar el sonido sordo de las puertas que se abren y cierran en el centro. Eva, que estudió Derecho, va a cumplir nueve en la pastoral y Marian, educadora social, se ha ido reenganchando al grupo en diversas etapas al residir fuera de Cáceres y volver hace unos meses. Son 15 miembros que se reparten de miércoles a domingos la atención a los internos.

Los internos a los que acaban de escuchar y a los que hablan sin tapujos han regresado ya a sus módulos. Eva no parece contenta. No se ha cansado de mandarles un mensaje claro: cada preso tiene que luchar por ganarse con su esfuerzo los beneficios penitenciarios que la ley contempla. Pero nada más. Javier lo ha repetido en voz alta: "Tu único derecho es cumplir la condena entera", le dice a un joven con acento marroquí que se afana en defender la tesis de que los negros tienen privilegios sobre los blancos cuando llegan a la frontera en patera y son interceptados por la Guardia Civil.

Sin concesiones

Ni Javier, farmacéutico de profesión, ni Eva actúan nunca de manera paternalista durante la sesión. Marian permanece callada, observando a los internos, la mayoría extranjeros, que comparten una pequeña sala situada junto a la capilla de la cárcel. Los hay de diferentes edades: en el rostro de los más mayores se nota el desgaste de los años de condena. Otros tienen la tristeza dibujada en el rostro. No les incomoda que esa tarde haya un periodista entre ellos.

"Intentamos trabajar la autoestima para que no se sientan la escoria de la sociedad", cuenta Javier, que asiste de pie a la sesión junto a la puerta, como si quisiera tener una visión desde arriba del grupo, que permanece sentado en bancos a modo de reunión de parroquia. Eva ha comenzado preguntando por los nuevos internos que han asistido a la reunión. Un joven magrebí con buen acento español explica que lleva 10 meses ingresado como preventivo a la espera de un juicio. No comenta por qué está en prisión. Sólo admite que no sabía que la pastoral existiese hasta esta visita para la que pidió permiso con antelación.

"¿Algún permiso que hayan aprobado o denegado?", pregunta Eva. Rachid y Angel han disfrutado de uno durante el último fin de semana. Aseguran que se divirtieron, aunque la voluntaria le pide al primer interno que le diga si solucionó las gestiones para hacerse con una tarjeta en el banco. Rachid llevaba nueve años sin salir a la calle. Angel, de Canarias, responde que estuvieron "caminando como locos" por la ciudad.

Pero no estuvieron solos durante todo el permiso. Una de las tareas de la pastoral es servir de tutores a los internos de segundo grado que salen a la calle durante tres días. Les buscan un lugar donde puedan alojarse, costeado por la pastoral con la subvención que recibe de Cáritas. Los presos disponen de una cantidad económica administrada por ellos que también les da la pastoral. Se reúnen a la hora de las comidas o en el café. El resto del tiempo debe administrarlo el recluso de permiso. Una valoración por escrito de la pastoral servirá luego a la junta de tratamiento de la cárcel para conocer el comportamiento del recluso durante el permiso.

El papel de la pastoral es fundamental para que los internos sin familia en la ciudad puedan salir de permiso. "Sin ella no podrían hacerlo", explica Esteban Suárez, director de la cárcel cacereña. Necesitan tener un acompañamiento, que es el que reciben de la pastoral. "Nunca he tenido ningún problema", cuenta Eva. Los reclusos tutelados cada fin de semana por el colectivo cristiano disponen de los teléfonos de los voluntarios por si quieren contactar con ellos. La pastoral realiza la reserva del alojamiento sin dar a conocer que el huésped viene de la prisión para preservar su intimidad. "Muchos internos están solos o han perdido el contacto con sus familias. Por eso a las reuniones acuden sobre todo extranjeros", matiza Javier. En efecto. Los que menos intervienen del grupo son los españoles, en el que se mezclan extranjeros del Magreb, países del Este o de América Latina. Julio César es colombiano. Supera los 50 años y lleva un gorro. Es un tipo educado al que Eva le pregunta si los juguetes para sus familiares llegaron en Navidad. La pastoral envía regalos a otros lugares como una de sus labores, además de las principales centradas desde el viernes en la preparación de las misas del sábado y el domingo en la prisión.

La capilla se ha quedado pequeña y hay que repartir en dos grupos de cerca de 50 personas a cerca del centenar que acuden al culto. Pero el interno colombiano se queja de las dificultades para lograr ser trasladado a su país. En los seis años que lleva de condena ha pasado por tres prisiones distintas. Se queja de no tener permisos. Existe riesgo de que pueda fugarse y le advierten de que no puede convertirse en un prófugo de la justicia y que debe respetar las leyes españolas.

Eva no permite concesiones a otro interno, éste sí extremeño y condenado por maltrato, que acaba de defender que los permisos se logran con un buen abogado. La voluntaria le reitera que los beneficios tiene que ganárselos con su esfuerzo y no empleando el dinero en abogados. Eva es rotunda al responderle que no cree en la "supuesta ética profesional" de su letrado porque le está sacando el dinero.

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