El centro de educación especial Proa vivió ayer una entrañable jornada de diversión, juego y encuentro. Fue especial para sus alumnos, que sintiéndose protagonistas no podían ocultar su nerviosismo ante las especiales actividades que ayer realizaron y los muchos extraños que compartían con ellos aulas y pasillos del centro; para sus cuidadoras, que se esforzaban por atraer y mantener su atención; y también para sus familias, que compartieron con ellos la jornada.
Pero este año la habitual fiesta fin de curso fue en Proa aún más especial, pues la dirección del centro ha querido darle el carácter de puertas abiertas "para que todo el que quiera pueda venir a conocernos y compartir la realidad de estos chicos y chicas, que aunque especiales tienen las mismas necesidades que los demás", señala su director, Sixto Iglesias. Este muestra con orgullo las capacidades de algunos de los alumnos, "limitadas en todos, pero en muchas ocasiones superiores a los que sus propias familias creen", y también algunas mejoras de las instalaciones, "necesarias porque aunque el nuevo centro está garantizado aún tardará en ser realidad".
Al respecto mostró su confianza en que el nuevo ayuntamiento y la nueva Junta retomen las conversaciones cuanto antes.
Mientras los alumnos del centro, ajenos, se vuelcan en las especiales y variadas actividades del día. Decoran camisetas con sus dedos untados en coloridas pinturas, dibujan en equipo un paisajístico mural, juegan al fútbol e incluso preparan sabrosas macedonias de frutas, "porque al tiempo que se divierten procuramos que adquieran cierta independencia para algunas tareas", explica una cuidadora.
A los alumnos del centro se suman también algunos exalumnos, como Diana, de Losar, y Alberto, de Talaván, que tuvieron que dejarlo hace un año al superar los 21 de edad "y lo echan mucho de menos", reconocen los padres de Alberto. Y es que cuando por edad han de dejar este centro a los padres se les plantea un grave problema, porque "es muy difícil encontrar otro para ellos, debería haber más".
