TVtaya por delante mi confesión de que siempre he sido una defensora de los servicios públicos, máxime si se trata de derechos universales como la Educación y la Sanidad. Y vaya también de antemano que este relato no pretende ser una crítica a personas concretas ni a profesionales, si no que aspira a ser una llamada de atención a quien corresponda, desde un punto de vista estrictamente personal, para que, en la medida de lo posible, se corrijan situaciones como la que me ha tocado vivir en los últimos meses.

Comenzaré explicando que hace ya más de un año, concretamente el 28 de febrero de 2007, pedí cita a mi médico de cabecera para que me remitiera al ginecólogo con el objetivo de hacerme una revisión rutinaria que ya me tocaba y que yo quería adelantar por unas molestias que estaba teniendo en una axila.

"Bueno, tómatelo con paciencia", me espetó el médico, poniéndome sobre aviso de que la cita iba para largo al no ser, en principio, nada urgente. ¡Y tan para largo! Pasaron un par de meses, se metió por medio el disfrute del verano y cuando ya el otoño nos devolvía a la actividad rutinaria, caí en la cuenta de que todavía no me había llegado la citación para el ginecólogo... y seguí esperando.

El pasado 19 de octubre, cuando caminaba por el Paseo de Cánovas una mujer, con un clavel de color rosa en una mano y con un panfleto en la otra, me paró en seco y me recordó que ese día se celebraba el Día Mundial contra el Cáncer de Mama. "Hazte una revisión chica, algunas estamos aquí por eso", me dijo la mujer que era un miembro de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) que ayudaba en una campaña de concienciación sobre la importancia de la detección precoz de este tipo de cánceres y su alto porcentaje de curación, si se coge a tiempo.

Esa frase me hizo recordar que tenía una cita pendiente y cuando llegué a casa, con el clavel rosa en una mano y con el díptico informativo en la otra, mi marido y yo decidimos suscribir a mi nombre un seguro sanitario privado- mientras seguíamos esperando esa misiva de la sanidad pública.

A partir de entonces toda la historia se precipita hasta el momento en que escribo estas reflexiones. En la consulta de mi ginecólogo privado y a través de una simple ecografía, me diagnostican una tumoración en la mama izquierda.

Días más tarde en la consulta del radiólogo, una mamografía confirma que el nódulo mide unos tres centímetros y que lo más recomendable es la extirpación y el análisis patológico para saber si es maligno. Quince días más tarde me encuentro tumbada en un frío quirófano bajo un enorme foco halógeno y ni siquiera soy capaz de concluir una conversación sobre política y periodismo que inicio con el anestesista, porque su pócima ya está haciendo efecto en mi cuerpo. A la hora, de vuelta en la habitación de la clínica donde me operaron, y todavía con los efectos sedantes de la anestesia, pienso en positivo porque ya he superado el primer escollo.

La recuperación y la espera hasta conocer los resultados no fueron los mejores días de mi vida, pero sirvieron para comprobar el cariño y el afecto de mi familia, amigos y compañeros que llegaron a colapsar mi móvil, cuando no me alentaron con su agradable compañía y una conversación amena en la que no faltó el comentario sobre el discurrir de una campaña electoral que, por primera vez en mi trayectoria profesional, no me iba a tocar cubrir.

Tras la espera los resultados de los análisis fueron los mejores y todo se ha quedado en una experiencia quirúrgica y poco más de un mes de tensión psicológica que me apresuraré a olvidar cuanto antes. Sin embargo, lo que no puedo ignorar es que acabo de mirar el buzón de casa y escuchado el contestador del teléfono, y sigo sin saber la fecha de esa consulta.

Aunque siga formando parte de esa lista de espera, yo ya no estaré pendiente de una cita. Sin embargo, desde estas líneas, apelo a la responsabilidad de los gestores sanitarios para que a esas mujeres que ahora mismo sí lo están, les llegue a tiempo. ¡Por favor!