He aquí un hombre feliz: Eusebio, El Batería. Sabe mirar sosegadamente, nunca tiene prisa, es experto en el arte del paseo, ducho en la práctica de la contemplación, sabio en sonrisas. Eusebio se acicala cada mañana y sale a recorrer la ciudad. Como es rentista, no tiene graves problemas económicos. Sabe que nunca será multimillonario, pero el alquiler de su quiosco de prensa en el paseo de las Acacias le da para ir tirando.

Eusebio sería el prototipo del cacereño perfecto si no fuera por sus gotas de heterodoxia, que lo convierten en un fuera de lo común y en Cáceres, lo común es la ley. Pero en lo fundamental es muy cacereño porque ni desea demasiado ni ambiciona en exceso ni se humilla pidiendo. Y ya lo decía Josep Pla: "A más querer, más tristeza; a más deseo, más dolor; a más posesión, más destrucción".

Habilidad percusionista

A Eusebio lo apodan El Batería porque tiene una particular habilidad percusionista. Esta vena artística y su inveterada manía de saltarse las reglas lo han convertido en un referente para definir la normalidad.

Eusebio es cacereño y es feliz, pero cruza la Cruz de los Caídos por el medio de la calle, tiene una voz atiplada que provoca inquietud, se atavía como un bohemio estrambótico, porta siempre una varita temblorosa, saluda a las chicas sin masticar antes las emociones y sonríe demasiado. Sobre todo, sonríe demasiado. Se le nota mucho la dicha y eso no resulta elegante.

Los cacereños usan a Eusebio para compararse con él y autoafirmarse en su normalidad. Pero en el fondo, no hay tantas diferencias: Eusebio y sus conciudadanos no disienten en las actitudes fundamentales ante la realidad: difieren en lo formal, pero coinciden en lo fundamental.

Escribe Luis Landero en su último libro (¿Cómo le corto el pelo, caballero? ) que para ser razonablemente feliz, "lo primero es aceptar las reglas de la vida". ¡Qué gran frase para orlar el escudo de la ciudad feliz ! Los cacereños aceptan la vida tal como viene, sin arrugarse el traje ni perder la compostura. Son más escépticos que ilusionados, más perplejos que reivindicativos, más conformistas que peleones. Aceptan las reglas y son felices.

Desde Fray Nicolás de Ovando, que significó, hacia 1501, el último chispazo del Cáceres glorioso, hasta la creación de la Real Audiencia en 1790, la ciudad feliz vivió casi 300 años de apatía que marcaron un estilo.

Es más, la Audiencia, que supuso un impulso definitivo para dejar de ser un poblachón en la llanura, llegó casi de chiripa porque los cacereños, en realidad, no la habían solicitado. Sí la habían pedido en 1775 ciudades con voto en Cortés como Badajoz, Mérida, Plasencia y Alcántara, pero no Cáceres.

Sin embargo, se cruzó por medio Meléndez Valdés y con argumentos falsos y la baza de la equidistancia, consiguió que la Audiencia viniera a Cáceres. El episodio ilustra esa dejación del cacereño que se limita para ser feliz y cree más en la suerte que en la reivindicación. Remedando a Unamuno, que reivindiquen otros...

Audiencia de rebote

Y así nacen movimientos sociales en Plasencia que aguijonean la culminación de la Autovía de la Plata o en Badajoz que luchan por el AVE. Como pasó con la Audiencia, el rebote acaba beneficiando a Cáceres que consigue autovías y trenes sin descomponerse. El último episodio es de traca: resulta que el Presupuesto del Estado pueden contemplar la reapertura del tren Ruta de la Plata por imposición de ... ¡Esquerra Republicana de Catalunya!

No se sabe, en fin, si los cacereños son comodones o sabios, pero sí es seguro que son felices porque, como El Batería, contemplan la vida sin prisas ni agobios y han hecho suya la consigna de Goethe: "La felicidad consiste en limitarse".