Esta semana comenzó el plazo para matricularse en los cursos que organiza la Universidad Popular. Puesto que a las ocho de la mañana se daban los números para poder recoger los sobres, a las siete y media ya había una cola de cuarenta personas. En total se entregaron trescientos números y, como cada uno podía elegir dos cursos, puede estimarse que más de cuatrocientas personas se inscribirán si quedan plazas. Eso da una idea del éxito que tienen.

Da vergüenza de género comprobar que por cada varón había treinta mujeres. Y uno, que llegó a eso de las diez y le tocó el número 296, se quejaba: "Vaya embolao que me ha metido mi mujer. Y encima es para ella. Tiene güevos".

Lo que no quería saber es que la mayoría de las mujeres allí presentes también deseaban elegir un curso para su esposo y que si ella no iba no habría curso. Porque un hombre no puede pasarse tres horas en una cola para elegir un curso de pintura de telas. Pero la esposa había pasado la mopa anoche y dejó hecha la comida. No faltó quien antes de llegar había levantado a los hijos y puesto el desayuno. Y mientras le llegaba el turno, se acercó a la carnicería, hizo la compra en el súper, compró un número de los ciegos y llamó a casa. ¿Qué hacía el marido mientras tanto? Desarrollaba una tarea propia de su sexo: tocarse los cojones. En fin, me llevé una alegría al comprobar que hay mucho personal deseoso de aprender.

Por un día La Madrila, barrio donde se encuentra la Universidad Popular, sustituyó la necesidad de beber y hacer botellón por el ansia de saber. Una gozada.