Ejercía de mirón en la feria del libro: mientras curioseaba y ojeaba los autores, las ediciones y las últimas novedades una especializada trabajadora de una librería de la ciudad me alargó un libro: "léelo, te gustará, es uno de los mejores que he leído". Y ha leído muchos y muy buenos. (La lectura es acumulativa: edifica sobre lo leído y selecciona cada vez sobre lo mejor). No podía rechazar una tan cualificada oferta, a pesar de que no soy de lecturas recomendadas.

El episodio me lleva a declarar que en esta feria primaveral del libro no solo es importante éste. Habría que poner en valor cuánto hace la gente que está en las casetas para ofrecerte, gratis et amore, una especializada información, adquirida con largas horas de lectura, sobre una obra, que no deja de ser un melón cerrado, hasta que no se lee. La escritoria Susan Sontang decía que no compraba un libro si antes no lo había leído. Ese escollo te lo resuelve, casi siempre y con qué generosidad, quien está al otro lado del expositor.

El esfuerzo que hacen los libreros todas las primaveras con la sacada de libros al paseo de Cánovas es una de las prácticas más positivas que se hacen en la ciudad en pro de la cultura y del bien en general de los ciudadanos. El contacto físico entre el público y el libro habitúa a la lectura y ésta nos sumerge unas veces en un maravilloso mundo de emociones, otras nos sacia la curiosidad que nos es propia y con frecuencia nos lleva a la reflexión sobre el entramado social y vital, sobre los hilos y nudos que cruzan nuestras vidas, su origen y su interpretación. Y quien así procede, no hace más que avanzar en el conocimiento de la realidad, que no siempre es tan inexorable como creemos.

Decían los clásicos que aquellas personas que leen bien y que saben leer ven dos veces mejor. Si es así, no nos cabe más que agradecer su trabajo a quienes hacen de su dedicación a los libros un eficaz servicio al ciudadano, y logran, incluso, que un mirón acabe en lector.