El nombre de Fernando Pastor se popularizó en noviembre, cuando un juzgado de Valladolid dictaminó a su favor y por primera vez en contra de la presencia de crucifijos en las aulas. Había denunciado tres años atrás que la prevalencia de este símbolo religioso conculcaba un derecho fundamental de su hija. Los crucifijos aún están en el aula. El habló ayer de todo el proceso en el Ateneo.

--¿Cuando se embarcó en el proceso judicial se imaginó la trascendencia que iba a tener?

--No pensábamos llegar a la vía judicial. Cuando mi hija comenzó Primaria vimos que había crucifijos presidiendo las aulas. No es lo mismo un crucifijo como objeto artístico en un museo o en las clases de Religión, que presidiendo continuamente la actividad educativa. Pedimos al colegio que se retiraran; como no lo hacían, pensamos que la administración educativa lo haría. Al no solucionarse, las únicas alternativas eran ceder o emprender la vía judicial, y lo hizo la Asociación Cultural Escuela Laica, a la que pertenezco.

--Tras el fallo judicial le acusaron de escamotear la Navidad.

--Fue un bulo de la directora del centro. Dijo que si le obligaban a quitar los crucifijos no habría fiesta de Navidad. Por eso me acusó a mí.

--¿Es comprensible que un objeto y su ubicación genere tal enfrentamiento?

--Que exista la polémica es prueba del profundo significado de ese símbolo. Y que exista polémica ya nos da la razón de que se trata de un símbolo confesional. Es lógica la polémica cuando hay un intento numantino de mantener un símbolo particular en un espacio que no es particular. Eso choca.

--¿La sentencia es firme?

--No, de hecho la Junta de Castilla y León la ha recurrido ante el Tribunal Superior de Justicia.

--Entonces los crucifijos continúan donde estaban.

--Sí, aunque deberían haberse retirado aunque se recurra.

--La principal afectada en todo este caso es su hija. ¿Cómo lo vive ella?

--En los tres años y medio de proceso no ha habido problema porque no se nos hacía caso. Cuando sale la sentencia se produce un salto cualitativo por parte de quienes no están de acuerdo. Ahí sí hubo insultos.

--¿Teme que le perjudique a ella que el caso se prolongue?

--Sí, aunque hemos intentado cortarlo. En la primera semana tras la sentencia, hubo insultos hacia mí dirigidos a la niña. Pedimos a su tutora que interviniera y no ha habido más problema. Son niños.

--El cuestionamiento de la aconfesionalidad de las instituciones parece un debate de difícil solución.

--Sí, y es algo que ya tenía que estar solucionado. La Constitución es clara e inequívoca en dos principios: confesionalidad y neutralidad del Estado. Lo que pasa es que ninguna legislación lo ha desarrollado.

--También dice que cooperará con las confesiones y en especial con la Iglesia Católica.

--Claro. Eso significa, según la interpretación de todos los constitucionalistas, que el Estado tiene que procurar que todos los que tengan una confesión religiosa puedan practicarla. Que haya un sacerdote en el ejército para que si los soldados no pueden ir a misa tengan su asistencia.

--Muchas personas defienden que el crucifijo "forma parte de nuestra historia y nuestra cultura".

--No es un símbolo cultural sino religioso, de ahí la polémica. España no es un país católico, lo son las personas. La verdadera cultura está en superar tradiciones discriminatorias.

--¿Cree el aval que el Supremo acaba de dar a Ciudadanía es un paso más hacia la materialización del Estado aconfesional?

--Creo que la asignatura está mal planteada y se ha aprovechado por los sectores ultracatólicos para plantear una batalla al Gobierno. Para nosotros es un tema desligado que no nos afecta, pero que quizás los jueces pueden tener en cuenta. Puede ayudarnos.

--¿Se ha arrepentido en alguna ocasión de iniciar el litigio?

--No. Me hubiera arrepentido después al pensar que por un problema de comodidad dejaba aparcada mis ideas y mis compromisos.