El espectacular estreno de El Criticón a cargo de la experta Compañía El Temple nos recordó a Goya Y Buñuel por los estrafalarios personajes que, acogidos a la residencia La Embajada, estaban como de fiesta continua: con muchos mimos, pantomimas y cantos coreografiados, como en una muy loca y divertida performance.

Se intuye un trasfondo ético y después, cuando acuden allí los coprotagonistas Cirilo y Andrenio se explicita aun más el cúmulo de sentencias; máximas y consejos morales de esta filosófica y simbólica novela de Baltasar Gracián, a la que ninguna Compañía teatral había osado dramatizar, El Criticón.

En dicha embajada se mueve muy gestualmente una fauna de variados y excéntricos personajes: un cura semiciego y muy raro, un banquero estafador, una especie de bruja feroz y otra alemana muy seductora con un ojo tapado, además del chalado embajador manejando su marioneta, que es su doble minúsculo. Pues aquí llega otra pareja no menos anómala que los otros, por lo que son acogidos muy festivamente: se trata del ingenuo Andrenio, criado entre fieras en una isla, en cuya playa salva al náufrago Critilo, y después éste se convierte en su padre espiritual y juicioso consejero, ya que está de vuelta de la vida, especialmente del enloquecido ambiente de La Embajada, a la que intenta que el joven e inexperto Andrenio no se contamine de esa deleznable vida, pero no lo logra, pues pronto lo transforman física y actitudinalmente en uno más de la goyesca cuadrilla, cantando, bailando y proclamando “el amor libre, honesto y deleitoso”. Critilo le aconseja cautela, prudencia y que desconfíe de ellos, con consejos austeros, desengañados y un tanto pesimistas, o sea que salgan los dos de la embajada y prosigan su aventurero viaje tras Felisina o Felisiberia, o sea la Felicidad, que se conseguirá usando la conciencia hacia la Verdad, sabiendo mirar, escuchar y pensar rectamente.

Antes de irse hacia la isla de la inmortalidad, juzgan a Critilo de asesinato , pero se descubre que son mucho más asesinos los de esa extraña casa, pues tienen emparedada una colección de víctimas, que celebran disfrazados en una fiesta barroquizante y báquica.

Esta veterana Compañía logró entretenernos a base de una original metáfora teatral, muy alegórica y satírica de esta sociedad actual en descomposición, muy contradictoria y ceremoniosa, con mucho canto ritual y un agridulce derroche de frivolidad. La interpretación del citado elenco fue bastante convincente, bien dirigidos por Carlos Martín, que imprimió un ritmo vivo, muy trepidante, y consiguieron un sorprendente espectáculo, muy plástico, pero muy reflexivo a la vez. Por todo ello el numeroso público les ovacionó largamente, concediéndoles su merecido galardón.