Los repobladores que se asentaron en la Villa de Cáceres a raíz de su reconquista a los Almohades por Alfonso IX de León en 1229 se dieron cuenta pronto de las posibilidades que la ganadería ofrecía en la Villa y su término, que Cáceres era eminentemente una tierra de pastores, gracias a las bellotas, a las «yerbas», a la leña y a la madera.

La agricultura suponía grandes labores en la tierra con un porvenir incierto ya que se dependía mucho de las condiciones climatológicas, y era un trabajo duro y continuado.

Cáceres siempre había tenido una tradición ganadera, sobre todo de las especies lanar (oveja churra ibérica) y caballar, pero la auténtica revolución ganadera fue la aparición del ganado merino, de la oveja merina, que trajeron los Benimerines de la región del Atlas.

Los Benimerines participaron en las incursiones de los Almohades en España, en los reinados de Fernando II de León y de Alfonso VIII de Castilla, trayendo esta clase de ganado que se adaptó rápidamente a la tierra, se reprodujo con celeridad y creció con gran rapidez su pastoreo. Así llegaron a Cáceres las ovejas merinas.

En el Fuero Alfonsí aparecen multitud de normas, pasan del centenar, para la explotación ganadera del término; pero al llegar el reinado de Alfonso X hubo que volver a legislar sobre el tema para defender las ovejas merinas de los ladrones, de los ganados de las Órdenes Militares y de las cabañas leonesas que en el invierno invadían los pastos de las riberas del Almonte y del Salor.

Como consecuencia de ello fue la promulgación del Fuero de los Ganados, que siguiendo a Floriano Cumbreño señala: «No es un fuero en realidad, sino más bien una ordenación ganadera elaborada por el Concejo en virtud de sus facultades normativas como corporación autónoma, si bien por mandamiento del Rey y a su honor»... (Continuará)