Lo nuestro eran Rin Tin Tin, Cantinflas, Garbancito de la Mancha, el Gordo y el Flaco, La mula Francis. La cartelera que colgaban en la iglesia de san Juan las calificaba con un 1: Aptas para todos los públicos. Luego había películas para mayores, 3, para mayores con reparos, 3 R, peligrosas, 4, e incluso gravemente peligrosas, que ni había número para calificarlas. Para la salud moral se entiende. A estas solamente acudían los de siempre , los de la cáscara amarga , que así se llamaba a quienes se sospechaba que no eran adictos al régimen aunque procuraban disimularlo por el bien de su salud física y mental.

En fin, que el personal veía El Divino Impaciente y Balarrasa . En estas estábamos cuando los americanos, que eran unos libertinos, produjeron una película de lo mas escandalosa: Gilda . Según decían salía Rita Hayword en plan mujer fatal, con unos escotes de miedo, bailando y cantando procazmente Amado mío a un tío que ni era su marido ni su novio. Encima se quitaba los guantes provocativamente y dejaba los brazos desnudos. Y lo peor era que alguno quería que se proyectara en un cine de nuestra ciudad.

Un grupo de voluntarios decidió acudir a su estreno, a fuerza de poner en grave peligro su alma, para decidir si el público cacereño estaba preparado y debidamente formado para ver aquel engendro.

La mayoría de los censores salió escandalizado, solicitaron a la autoridad competente que cerrara el local pero no tuvieron éxito. No obstante confiaban en que serían pocos quienes acudieran a verla. Y así fue. Acudieron los de siempre como pudieron comprobar las gentes de orden, que eran la mayoría, que vigilaban el lugar.