No andaremos demasiado esta fin de semana, desde el Castillo de la Arguijuela de Abajo se observa su hermano en un cerro, poderoso, desafiante el Castillo de la Arguijuela de Arriba. Perteneciente, de igual modo, a la familia Ovando, este perteneció a la rama primogénita, la del Capitán Diego de Cáceres, quien entregó a su hijo, de igual nombre, la mitad de la Dehesa de la Arguijuela, que había recibido de su padre, y edificó allí unas casas que serían el origen del castillo.

El hijo de éste, y nieto del Capitán, Diego de Ovando de Cáceres comenzó, en la década de 1510, a fortificar la construcción, junto a su mujer, Teresa Rol de la Cerda. Para la obra contrataron a Pedro de Larrea, maestro de obras de la Orden de Alcántara, aunque otros artistas, como Gabriel Pentiero, también intervinieron. En esa obra consumieron la no despreciable suma de dos mil ducados, para la cual se empeñaron y vendieron partes de la dote de su mujer. Las armas de ambos se encuentran sobre la bella portada principal de medio punto. El Castillo se organiza en torno a un gran patio central, siendo la parte más antigua de la construcción la occidental, la que mira hacia la carretera. En sus cuatro ángulos se disponen torres, cuadrangular y muy robusta la del homenaje, al mediodía, y circulares el resto, muy robustas las orientadas a oriente y más elevada y ágil la que del norte. Una garita se eleva junto a la torre del homenaje.

En torno al patio interior, que se levanta con un interesante sistema de crujías, se disponen las dependencias de la casa, donde destacan las hermosas bóvedas de crucería. Destacan los arcos lobulados y conopiales que se abren al exterior, las saeteras cruciformes, los canes y los intactos merlones. Ni la construcción, ni las torres poseen terraza, sino que están todas techadas con teja y cubiertas con hermosas bóvedas, algunas, incluso, estrelladas.

Los propietarios del castillo fueron, entre otras dignidades, Marqueses del Reyno, en Nápoles, y condes de la Encina, a quienes sucedieron los Marqueses de Camarena la Vieja. Lo heredó de su padre García de Arce y Aponte, el famoso Marqués del Reyno, a quien tanto hemos visto en estos paseos, propietario de múltiples posesiones, pero cuya casa favorita era ésta. Aquí tuvo su gran amor con la gitana Carmen Campos, a quien conoció en Sevilla en 1880. Vivieron juntos hasta la muerte del Marqués en 1897 y le dejó una sustanciosa renta vitalicia, que recibió de los herederos de su amante hasta su muerte sucedida en 1934.

Reformó el castillo, adaptándolo a los nuevos tiempos, instalando uno de los primeros pararrayos de toda Extremadura y mandó plantar un jardín romántico, del que aún, en parte, se conservan las trazas. Como afición criaba ciervos en el parque anexo a la propiedad, en torno a un lago, en el que se mantenían en una situación de semilibertad hasta bien entrado el siglo XX.

La vida del Marqués, verdaderamente novelesca, sirvió a Publio Hurtado para escribir su novela El Rizo Negro , que causó verdadero furor (no exento de escándalo) en el Cáceres de la época. Del Marqués del Reyno heredó el castillo su primo hermano Gonzalo de Carvajal y Arce, IX Marqués de Camarena la Vieja. Su hija María Justa de Carvajal y López-Montenegro, VIII Condesa de los Corbos, lo mandó a su segundo hijo varón, Manuel Márquez de la Plata y Carvajal, uno de los últimos representantes de aquella generación de grandes señores que continúa vivo.

Ermita de San Juan

Si el Castillo de la Arguijuela de Abajo tiene la Ermita de Nuestra Señora de Gracia y Esperanza, éste tiene la Ermita de San Juan, construida por Diego de Ovando de Cáceres y su segunda mujer, Francisca Jiménez, que debió de ser el gran amor de su vida, puesto que en 1551, en su testamento, declara que puede aver diez e ocho años (...) que yo tove a§eso y copula carnal con francisca ximenez . Diré que todos los hijos de este segundo matrimonio se consagraron a la Iglesia.

Se sabe que en 1544 ya estaba casado, pero la fecha de su erección puede situarse en torno a 1560. Lo más interesante es el pórtico elevado sobre columnas y capiteles de buena labra. Albergó un retablo del Divino Morales, cuyas tablas se repartieron entre distintas ramas de la familia. Se sabe que algunas de las tablas eran el Bautismo, San Gregorio, San Francisco y San José, el Niño y Santiago. Cabe decir que el retablo tuvo el mismo coste que el castillo: dos mil ducados.

Marqueses y gitanas, amores imposibles que resistieron a la sociedad y las críticas, importándoles un bledo el que dirían. Aquí no hay torres de arena que el cariño supiera labrar, sino sólida cantería y mampuesto que protegieron a unos amantes de los embistes exteriores. El amor verdadero vence al miedo y a los peligros que acechen. Omina vincit amor , verso de Virgilio convertido en cuadro del Caravaggio. Amor eterno, incluso más allá de la muerte (o así quisiera imaginarlo) en las orgullosas almenas del alfoz cacereño.