TMtás lleno que nunca, el graderío de Las Veletas vibró con un silencioso fervor de admiración, ante la simpática y humana desenvoltura de una Santa Teresa, menos mística de lo habitual; incluso mostrándose muy femenina al compartir gran parte de la obra de Ana Diosdado con una virtual novicia, la fogosa Mariana, o sea Elisa Mouliáa, confidenciando sus respectivos amores y amoríos, por supuesto los de Teresa antes de profesar. Con ella departe varias confidencias de mujer a mujer, como los idolillos que les regalaban sus amantes y hasta las dudas afectivas, antes de entrar como monja en el Carmelo.

Sale muy a colación la oposición a las estrictas normas de la reformadora Teresa de Jesús, una muy natural María José Goyanes, cuando, en la segunda parte irrumpe soberbiamente la altanera Princesa de Eboli y muy agresiva Ana Mendoza, Grande de España, en escena Irene Arcos; esta orgullosísima mujer, sin embargo, está apenada por su reciente viudedad, que quiere olvidar retirándose al convento que fundó su rico marido y por tanto considera dicho convento de Pastrana como si fuera su casa: con sus comodidades, damas de compañía y toda su coquetería en ricos atuendos, etc.; pero la madre Teresa se le opone dándole ejemplo despojándose de sus tocas, mostrándole su cabeza rapada y la gran pobreza del hábito y demás.

"De la monja de la princesa de Eboli --dice la santa en una carta al P. Domingo Báñez-- que "era de llorar... y que ni dejar de ponernos en algún trabajo de desasosiego, a trueque de gran bien. Medios humanos y cumplir con el mundo me parece detenerla y darla más tormento...". Ciertamente Teresa de Jesús al principio se desasosiega con esta intrusa, pero después dulce y pacientemente quiere domarla y ganarla para su causa, como parece que así ocurre al final.

XCOMO COLOFONx, las tres mujeres en liza se arrodillan y recitan a coro, pero cada una con sendas interpretaciones distintas del anónimo soneto "A Cristo crucificado" "No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido...", escogido como título de la obra: las dos mujeres de mundo con un sentido amoroso humano, mientras Teresa con un hondo sentido espiritual. Por cierto, la famosa autora, Ana Diosdado se lo atribuye osadamente a san Juan de la Cruz, así como la famosa letrilla teresiana "Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero": ante la que ironiza un poco la Santa. Sin embargo sí son indudablemente de su medio fraile y compañero de reformas Juan de la Cruz los primeros versos con los que se abre nocturnamente y con algún fallo, la función: "Que bien sé yo la fonte/ que mana y corre/ aunque es de noche", así como el bellísimo poema final "Tras de un amoroso lance/ y no de esperanza cierto/ volé tan alto, tan alto/ que le di a la caza alcance". Por cierto admirablemente recitados por la aterciopelada voz en off de Emilio Gutiérrez Caba.

Este y la humanísima terna femenina de intérpretes fueron largamente aplaudidos por un público que descubrió facetas poco conocidas y por tanto muy atractivas y hasta sorprendentes de la santa abulense, cuyo quinto centenario del nacimiento estamos celebrando, con importantes montajes como el de la Compañía Salvador Collado.