"En 27 años que llevamos aquí, no habíamos visto nada igual y ahora no sabemos cómo vamos a sacar la tierra adelante", lamenta Diocleciano Leal. Cinco días después de la riada que provocó el desembalse del Guadiloba el domingo, las catorce huertas que arrasó el agua ofrecen un panorama desolador. EL PERIODICO recorrió ayer con algunos de los hortelanos las fincas afectadas, próximas a la depuradora. "El agua lo arrastró todo. Este depósito --señala Narciso Quintanilla-- estaba en la finca de arriba, a unos 150 metros". Ahora corta el paso por la linde que comunica las huertas.

Los damnificados del Guadiloba no saben por dónde empezar. "Tardaremos más de un año, o incluso dos, en volver a poner las cosas como estaban y con las pensiones que tenemos, no sabemos cómo lo vamos a pagar", augura Leal, padre del hombre que fue rescatado del agua el domingo.

Los zapatos aún se hunden en el terreno y algunos charcos se resisten a desaparecer. Nada está en el lugar que le corresponde. Las alambradas no existen. En lo que queda de ellas se agarran marañas de hierbas, ramas y maderas. Aquí y allá aparecen higueras, olivos, granados o ciruelos con las raíces al aire. "Había olivos centenarios y se los ha llevado la riada", apunta Juan José Barquero, quien dice que ésta es la segunda ribera más antigua de España. "Estamos antes del pantano".

Adiós a los repollos

El huerto de Narciso Quintanilla es un pedregal. El sábado crecían en él repollos, espinacas, tomates, acelgas y habas, pero ahora apenas quedan en pide media docena de repollos y espinacas incomestibles. "Era un jardín el sábado y ahora, mire, sólo hay piedras", dice señalando a la tierra estéril que nutría de verduras y hortalizas a su familia.

Quintanilla es un electricista jubilado de 66 años que compró este terreno hace 14 por 1.400.000 pesetas (8.400 euros). Sus abuelos eran hortelanos de toda la vida del Puente Vadillo y por eso cultivar la tierra "me ha tirado desde niño". Muestra lo que ha quedado del fruto de estos años con tristeza. "Ahora que estoy jubilado me venía aquí todo el día, porque me encanta". El corral ya no existe y las 24 gallinas que criaba "estarán --dice-- en el Tajo".

En la pequeña vivienda, los enseres se amontononan sin orden sobre un barrizal y en alguna habitación todavía hay una cuarta de agua. "Todo está inservible. Si dicen que esto no es daño, no sé entonces lo que será", comenta y se pregunta: "¿Qué seguridad tenemos aquí si se rompe la presa? Reconozco que esto es un peligro, pero que te digan --refiriéndose al ayuntamiento-- que no son los culpables...".

Ramón Muñoz y Angela Pozuelo tuvieron más suerte. Su casa se salvó. "Fue un alivio ver que no nos había llegado el agua". El es ferroviario jubilado, viven en las Minas y en esta pequeña finca arrendada por 28 euros al mes ocupan sus horas.

El agua no fue tan benévola con Juan José Barquero, de 42 años, y la riada se llevo su trabajo de años. El sustento principal de su familia proviene de un almacén de piensos que posee, pero también del ganado desaparecido: tres yeguas y 65 ovejas, muchas a punto de parir. Sus pérdidas podrían rondar los 18.000 euros. "Hace 17 años que compré el terreno y acababa de terminar de pagar la hipoteca".

La tierra la dedicaba a pradera para alimentar a los animales, aunque ahora todo es piedra y ladrillos roto donde ya no pueden pactar ni los caballos. "Eran buenas tierras --señala--, pero tardarán en recuperarse años".

Nunca es una palabra que usan los afectados cuando hablan: nunca habían visto nada igual. "Yo me he criado aquí y jamás ha ocurrido algo así. Mi vecino que tiene 85 años dice lo mismo. El agua ha invadido las tierras otras veces, pero lo que ha ocurrido ahora es increíble y se debe a la mala gestión de Canal de Isabel II", insiste Barquero.

Este ganadero recuerda que antes de que Canal llevara la presa, "el ayuntamiento nos avisaba un día antes. Teníamos tiempo de llevarnos a los animales y de proteger las casas. Ahora no nos ha avisado nadie y Saponi miente. Los vecinos que viven aquí no oyeron nada".

La finca de dos hectáreas de Diocleciano Leal está destrozada. En lo que queda del corral se alimenta una única pata. "De las 40 gallinas que teníamos, nos han quedado la mitad y de los 18 o 20 gallos, ni uno", dice su nieto. Las cochiqueras han desaparecido. El sombrado para las