José Iglesias Criado nació el 4 de agosto de 1905 en la plaza de toros. Sí, han leido bien, en la plaza de toros. Sus padres eran los encargados del mantenimiento de aquel edificio casi recién abierto al público para los festejos taurinos y él vino al mundo allí mismo. Después sustituiría a su padre, llegando a ser conserje de la plaza 50 años, "con un paréntesis durante la guerra civil" al utilizarse ésta como como prisión, contó ayer su hijo Luis Iglesias.

Esa larga dedicación recibió ayer el reconocimiento público del ayuntamiento con la colocación de una placa en su memoria que se inauguró en la puerta de sombra. Aunque fue a título póstumo --José Iglesias falleció en 1990--, sus descendientes recibieron con emoción este "merecido" homenaje, como lo calificaron el concejal de Festejos, Lázaro García Amado, y el hijo del protagonista, quien ha sido el promotor de la iniciativa.

Tributo a toda la familia

Con el reconocimiento a la persona de José Iglesias, el tributo se hizo extensivo a toda la familia. No en vano fue su bisabuelo el que inició una saga de guardianes de la plaza de toros. Este como guarda de la finca, luego el abuelo, padre y, por último, el hijo.

La familia residía en la misma plaza, ya que el puesto de conserje tenía como única remuneración la vivienda y el pago de la luz y el agua. "Yo he jugado al fútbol en la arena y hasta mi madre una noche, con un pañuelo, tuvo que devolver al corral a un toro suelto", recordaba ayer Luis Iglesias. Su padre se ganaba la vida como conductor de limpiezas del ayuntamiento y el resto de la jornada la dedicaba a mantener el ruedo "como una patena" junto a su mujer, Nieves Muriel.

Pero el vínculo de la familia Iglesias con la plaza de la Era de los Mártires no se termina con José Iglesias. Su hijo --tuvo otras dos hijas-- no llegó a ser conserje, pero sí novillero. Dormía donde hoy está la enfermería y con toreros como Manolete o Angelete paseando por el salón de su casa, no resultó extraño que el pequeño quisiera vestir el traje de luces que después cambiaría por un uniforme de policía. Llegó a salir a hombros por la puerta grande con el apodo, como no podía ser de otra manera, El Niño de la Plaza .