Que los teléfonos móviles se han convertido en una prolongación física de nuestras manos es indiscutible. Tanto es así, que las marcas, modelos, fundas y colores nos colocan en la escala social o tribal, en función de la edad del tenedor.

Por otra parte, la forma de llevarlo según los complementos que se luzcan y el ángulo que forma la muñeca con el brazo concernido también es importante, porque imprime carácter e implica cierto glamour. Lo cual no obsta para reconocer que ofrecen unas posibilidades increíbles, que nos permiten utilidades impensables hace muy pocos años y que, además, son un buen remedio contra los silencios incómodos.

Y dentro de las muchas utilidades que nos brindan, estará usted de acuerdo conmigo que el guasap es un descubrimiento. Reconocido como la red social más utilizada en el mundo, nos permite estar comunicados en tiempo real, aunque sea en la otra parte del globo, mandar y recibir fotos, música, chistes y todo un extenso repertorio de mensajes de toda suerte y condición.

Por si esto fuera poco es, además, fácil de utilizar, incluso para un analfabeto tecnológico como yo, y permite actividades simultáneas --hay quien lo utiliza mientras monta en bicicleta estática, cocina o ve la tele--. Sin embargo, también tiene sus riesgos, que si bien no vitales, si suponen problemas y enredos. Si ya tenemos dificultades para comunicarnos cuando vemos e interpretamos los gestos, muecas y sonrisas de nuestro interlocutor, imagínese lo que puede ocurrir cuando leemos textos en los que no hay alteraciones de voz, ni ceño fruncido, ni cierre de párpados: las posibilidades de interpretación son tantas como al receptor le convenga.

¿Y qué decir de los grupos --de amigos, de compañeros de trabajo, de padres del mismo colegio, de estudios universitarios, de forofos del Real Madrid, de..., de..., de...-- que bombardean con cientos de mensajes, la mayoría de ellos prescindibles e irrelevantes, y que llenan los necesarios silencios de pitidos incesantes?

Pues eso, que ya forman parte de nuestras vidas. Dejarse llevar y utilizarlo con criterio o quedarse en la queja permanente: suya es la elección.