Ni Casa Cándido en Segovia ni el Asador Las Cubas de David Arias en Arévalo. El mejor cochinillo, digámoslo de una vez, se come en la ciudad feliz . Más exactamente en la llamada ruta del lechón asado, o sea, la carretera de Miajadas.

Hace unos cuatro años, se hizo popular el restaurante Plaza de Torrequemada. Los cacereños se acercaban hasta allí y volvían contando maravillas de las fuentes rebosantes de cochinillo de rica piel churruscada y sabrosa carne blanca, de las bandejas de patatas fritas, de las fuentes de ensalada, del vino, el postre y el ambiente.

El lugar se puso tan de moda que ya hay que reservar mesa con semanas de antelación, sobre todo ahora que se acercan las comidas de Navidad. El cochinillo de Torrequemada se ha convertido en uno de los ritos gastronómicos de la ciudad feliz . El ambiente en el restaurante parece el de un mesón cervantino: las mesas llenas, los comensales manducando a dos carrillos con un buen costillar en la mano, y las risas, y la fiesta, y la alegría, y las voces...

Aparece la competencia

Pero desde hace tres meses, a Torrequemada le ha salido un serio competidor y en la ciudad feliz ha estallado la única guerra que por aquí podría estallar: la del cochinillo. El pasado mes de agosto, el popular restaurante El último café, en la ruta miajadeña, inauguró un horno de leña y se ha puesto a asar lechones ibéricos.

En 15 o 20 días, también hornearán cabritos. Ahora están recién nacidos y hay que esperar a que crezcan en las majadas que los hermanos Collado, de Arroyo de la Luz, tienen en la sierra de San Pedro. Pero a finales de noviembre estarán en sazón para que los preparen Jesús y Miliki, los cocineros.

El último café es un histórico de la noche cacereña convertido con los años en restaurante. Lo abrió Domingo Chaparro en 1971. Era un local de 80 metros cuadrados en el arcén de la carretera de Miajadas, a la altura del polígono de la charca Musia. A partir de 1982, época dorada de la movida cacereña, se convirtió en un after : abría toda la noche con licencia y allí acababa la fiesta lo mejor de cada casa.

En 1987, Domingo empezó a ver que el ambiente se podía encanallar una pizca y decidió cerrar por las noches antes de tener ningún problema. En el 93 lo convirtió en restaurante: compró terreno y amplió. En agosto pasado, ya digo, inauguró el horno y ya tenemos preparada la guerra del cochinillo.

En la ciudad feliz gustan mucho estas hazañas bélicas porque permiten hacer planes: "Un día quedamos y vamos a Torrequemada y otro día volvemos a quedar y nos acercamos a la charca Musia, a ver qué cochinillo es mejor". Y como los dos están ricos, pues nadie se pone de acuerdo y hay que repetir. Es decir, fiesta perpetua y banquetes sin medida, que es de lo que se trata.