Alfonso IX lo dejó claro en su Fuero: a Cáceres podía venir quien quisiera exceptis ordinibus, et cucullatis et seculo ab renunciantibus . Esto es, las órdenes mendicantes no podían asentarse en la Villa. Hasta que llegó Fray Pedro Ferrer, sobrino de San Vicente, hizo aparecer una moneda de oro, nunca vista, en la bolsa de Diego García de Ulloa, el Rico y un clamor popular hizo reformar el Fuero para el asentamiento de los franciscanos. Tan clamoroso fue el milagro que no sólo el Concejo y la nobleza se apresuraron a dar generosas donaciones: los Reyes Católicos y el Cardenal Mendoza hicieron lo mismo.

De aquel milagro nacería el Real Convento de San Francisco Extramuros, uno de los más espectaculares de Extremadura al que la desamortización destruyó su gloria, nunca recuperada como fueron los casos de Guadalupe y Yuste. La Orden Franciscana, desde aquel 1472 se vinculó a Cáceres y su importancia fue vital para la población. Ellos serían, entre otras muchas cosas, los encargados de las confesiones, puesto que el clero secular delegó en ellos tal tarea.

El acceso a la Iglesia se hace mediante la magnífica arquería de Pedro de Marquina, coronada por las armas de Felipe II. A nuestra derecha, el pórtico jónico de la portería que protege la portada clasicista. Ante nosotros la magnífica fachada trazada por Francisco González y obrada por Gonzalo de la Vega, con arcos de medio punto, poderosos, portada abocinada con jambas y arquivoltas bajo tejaroz de arco rebajado, superada por un espléndido vano barroco. La reforma de 1723 le añadió los contrafuertes y las espadañas que custodian el templete central.

El interior es amplio, majestuoso, solemne, incluso hoy, desconsagrado y convertido en auditorio. Sigue los modelos de las iglesias de predicación, tres naves y dos tramos antes del presbiterio de ábside ochavado (cubierto por el aparatoso órgano), acompañado de dos absidiolos. El templo tiene bellísimas bóvedas de crucería, las del crucero, las más bellas y complicadas. Son estas filigranas alegoría del Cielo místico, y así, el creyente al levantar la mirada, debe ver en esa belleza el anhelo de la eternidad. El presbiterio estaba presidido por el Cristo del Refugio, hoy en Santa María, rescatado por Alonso Corrales para la Cofradía de las Batallas. Es correcto el lienzo de José de Mera que representa a San Francisco de Borja situado en la capilla del Capitán Diego de Cáceres.

Las naves laterales y los absidiolos se cubren de capillas de la primera nobleza, así como el pavimento, sembrado de laudas, con un despliegue de armerías sólo comparable a Santa María: Ovandos, Ulloas, Duranes, Rochas, Saavedras, Carvajales, Torres y tantas otras. Precisamente los escudos dieron lugar a un enfrentamiento notable: María de Ovando, que sufragó gran parte de los gastos constructivos, dispuso sus armas por toda la iglesia, llegando a tapar, incluso, las reales. El resto de familias nobles se opusieron y los franciscanos quitaron las armas de la Ovando del exterior. Ella, para dirimir el asunto, mandó a su nieto Diego Messía de Ovando matar a García Golfín el 28 de marzo de 1526 después de la misa.

El convento se organiza en torno a dos claustros, uno gótico, amplio, adosado al templo, de dos alturas. La inferior data del XV, la superior del XVI, obra de Pedro de Marquina, quien también abrió el aljibe bajo la planta. En torno a él se situaban el refectorio, la biblioteca y capillas nobles. Se conservan hermosas pinturas afrescadas de temática franciscana y armerías. El otro claustro, más reducido, se levantó a mediados del XVI con sus capillas y dependencias.

La cabeza milagrosa

Fray Pedro murió con fama de santidad, su cabeza fue depositada, sobre una peana granítica en la sacristía y los cacereños vertían agua sobre la misma que luego bebían para curarse del paludismo, enfermedad endémica en la Villa. Si no se salvaban, digo yo, que acabarían pronto sus sufrimientos con tan pía, pero antihigiénica costumbre. Pero la cabeza de Fray Pedro se perdió en la francesada, cuando las tropas napoleónicas profanaron todos los sepulcros.

Más tarde el Empecinado lo saquearía de nuevo y, al final, la desamortización. Tuvo diversos usos hasta que, a finales de los setenta se restauró para convertirse en sede de la Institución Cultural el Brocense, de la Escuela de Danza y del Conservatorio, sirviendo, igualmente de palacio de congresos. El primer proyecto fue de López-Montenegro, el segundo de Alfredo Fernández. En su exterior pueden verse las obras de Alfaro, 24 Tubos de Aluminio y el Brocense, de Calderón Silos, para la que sirvió de modelo el artista Niki Barroso.

Llueve, y las piedras lo agradecen y uno recuerda el Antinoo de Pessoa con el húmedo frío fuera y dentro. Me guarezco en las amplias arquerías de la entrada lateral y les esperaré hasta la próxima semana para explicarles las relaciones entre los curas y los gatos.